En ocasiones, atraídos por diálogos memorables, discusiones y grandes historias épicas, solemos olvidarnos de todas las posibilidades del lenguaje audiovisual y, sobre todo, de la comunicación no verbal. Sempiterno, por el contrario, las mantiene muy presentes, y en un cortometraje de un poco más de tres minutos de duración, con una única locación, un pequeño cuarto a oscuras iluminado por las luces de un viejo proyector, nos hace alarde de eso en apariencia mínimo y silencioso, presentándonos una película bastante sensorial, hablándonos a través del sonido –que resalta hasta el más diminuto movimiento– y de primeros planos –sobre acciones bastante sutiles que, de otra forma, pasarían desapercibidas–. En este espacio se nos presentan dos enamorados, que, a través de un juego de miradas,  de párpados tímidos, de gestos honestos y toqueteos furtivos, viven, en un lapso de tiempo muy reducido, un arco amoroso completo, con todo lo que esto implica. Comenzando con ciertos actos de inocencia, pasando por un querer entregado sin timidez, hasta terminar con una mirada de desamor presente en el rostro de la enamorada. Sin embargo, no todo termina ahí, pues no es coincidencia la presencia del viejo proyector: una vez terminada la historia, queda el cine, es decir, las imágenes para recordar y revivir.