Un portarretratos iluminado tenuemente lleva una fotografía de marido y mujer engalanados.  Ella resalta en la oscuridad por su vestido de novia, los rasgos de su rostro no se distinguen con claridad, tampoco los de su compañero. Lo que se ve lo hace notar un mínimo reflejo en la camisa interna de su traje. Al lado del cuadro hay dos objetos esperando ser llevados al cementerio como todos los días: una vela encendida y un vaso a medio llenar. En El rastro del agua (2023), Anderson Ascanio y su equipo retratan el abandono de las víctimas desde la rutina de una anciana dejada a su suerte en las montañas. Los personajes de esta película habitan un universo de fantasmas donde el conflicto interno colombiano se expresa en pequeños rudos gestos corporales, y en una voz rasgada manifestándose con agresividad. Este cortometraje medita acerca de los traumas de la guerra a través de gestos paralelos a los del largometraje Hamaca Paraguaya (2006), con la notable diferencia de hacer primar la acción afligida y reiterativa sobre la inacción, sobre la espera: Elena de los Desamparados enfrenta su duelo lavando sin cesar las prendas de una familia que, como ella sabe, no volverá a portarlas.