Escribir y reflexionar sobre el gesto estético “extremo” siempre se nos presenta como un reto, pero también como una posibilidad de liberar la mente y divagar en pensamientos, tanto íntimos como universales. Esto, a causa del sentimiento de incertidumbre y la sensación de vacío con el que quedamos, una vez finalizada la obra. Solo nos queda, para emprender el camino, una serie de imágenes y sonidos aparentemente inconexos y comúnmente distorsionados. En La elaboración disponemos de imágenes de texturas, papeles rugosos, telas, hilos, formas curvadas, rombos, líneas, máquinas, sombras y sublimados de helechos, flores, hojas; también podemos escuchar sonidos: de bisagras, de máquinas de coser, algunas palabras entrecortadas, como salidas de una radio. Me imagino caminando por varios senderos a la vez, por un bosque lluvioso, por la sala de mi antigua casa, donde mi madre cose sin parar, con la radio o el televisor encendido, también por el ropero donde puedo encontrar telones y tendidos con formas extrañas e indefinidas, muy caleidoscópicas. Al momento de sacar conclusiones, con lo que nos terminamos encontrando es con una serie de sonidos e imágenes, de un proceso de elaboración, ¿de qué? No sabemos, pero el proceso está, los sonidos, las memorias, los recuerdos, la radio, el ruido penetrante de las máquinas, el sonido del óxido en las máquinas que, como el hombre pide agua, piden de aceite. Todo esto al compás de un ritmo que nos asegura algo que se repite una y otra vez, para entregarnos la justa materialidad de la rutina cotidiana de todo proceso de elaboración