Todo empieza con una cámara que persigue a una mujer sin nombre. Su figura se pierde en la negrura de la ciudad. Llega al apartamento de Julián, su hijo. Hay mucha bruma; cada rincón permanece borroso. Julián y sus amigos no se ven del todo. Intuimos quiénes pueden ser, pero están incompletos. Son figuras difusas tanto para la madre como para nosotros. Ha huido de su marido, le dice a su hijo. Busca un sitio para estar. Los jóvenes le proponen un lugar en su espacio. La madre es tímida; habla poco. Solo asiente, los sigue y los observa. Las figuras de los jóvenes se revelan de a poco. Ella admira sus cuerpos, sus colores y sus texturas. Permea, con precaución, ese lugar al que ha sido invitada. La madre no se atreve, todavía, a zambullirse en la sombra. Pero, poco a poco, la madre, ahora llamada Ramona, se deja llevar por la oscuridad. En Entre las sombras arden mundos (2023), Ismael García Ramírez propone la posibilidad de encontrar abrigo entre aquello que no conocemos. Después de observar, Ramona ocupa su lugar en la sombra de Julián y sus amigos. En esa sombra el tiempo cambia. El futuro posible y lo que ya fue parece no importar. Solo existe el momento presente entre Ramona y los jóvenes: se maquillan, ríen, fuman, bailan bajo la luna. La película presenta un retrato de esos refugios inesperados que nos acogen cuando ya no tenemos a donde ir