A partir de acercarnos a los pixeles a través de su más íntimo origen, la poesía que con ellos aparece genera una paradoja: en una primera instancia, el efecto microscópico transforma una imagen en cuadrados con una leve comunión entre ellos, sin embargo, al llegar a su estado más primigenio esa misma imagen permite que esos cuadrados se uniformen y adquieran un solo color vasto, haciendo aparecer un universo pantone muy particular. Koberidze descubre este efecto en su film a partir de una deconstrucción del zoom –que, en esta etapa moderna, había sido casi que patentado por Hong Sang Soo–. La búsqueda por la atención sobre el zoom desemboca en un mismo efecto:  la intimidad más extrema. En el caso de Hong se remite a la intimidad de una charla y del encuentro de dos almas, mientras que en el caso de Koberidze se remite a la intimidad de la materia misma de dos perritos, cuyas fotos se van deconstruyendo, pixel por pixel revelando una naturaleza más compleja aún: al llegar al límite de lo entendible cada molécula de los nobles animales se transforma en un mini universo, llevándonos a la famosa teoría de la unificación, la cual busca entender a lo micro con lo macro, a las moléculas con las estrellas. Tal vez la respuesta a esta paradoja física de unificación sea más poética que matemática, y este universo tal como lo conocemos no sea más que la molécula de la nariz de un perrito en alguna estrella lejana.