Para hacer recreo y diversión con ese bicho que se mueve lentamente y nombramos tiempo, un niño imagina; se convence de que lo está a su alrededor responde a leyes particulares y más ambiciosas. El niño, que crea un mundo, hace del viaje en el tiempo y del viaje al espacio exterior travesías hermanas. El viaje, en el tiempo o hacia afuera, no es más que un juego donde un niño en un pequeño pueblo cubano se prepara para conquistar un nuevo planeta. Este niño, por otro lado, es afortunado: su familia arregla cosas y da nueva vida a los objetos. Para que el juego esté completo es necesaria la presencia de toda la familia, un padre y un abuelo que juegan y reparan un elemento que rompe las barreras físicas a través de la fuerza centrífuga; una madre y una abuela que preparan un traje a prueba de cualquier contingencia gravitacional. Hay algo de lúdico en los viajes espaciales y temporales: los pioneros cosiendo sus trajes con aguja e hilo, poniendo en las naves algunas luces de neón para poder darle el ambiente festivo adecuado. Al final, los pioneros eran juguetones, a quienes las leyes de la física les decían “¿estás seguro de este viaje?”. Submarino volador, Lucas  Zacarías, es la forma definitiva de  otro tipo de viaje: al centro de un hogar cubano llegamos como espectadores de otro milenio. En el hogar, el tiempo es impenetrable. Hay material de todas las épocas para construir pequeños sueños con grandes objetivos. La belleza del juego a cualquier edad se parece a la belleza de filmar.