Lo oscuro y corpóreo entra en juego con lo cómico y satírico en The Lovers. En medio de una cena, Ella nota una pequeña grieta en el rostro de Él, no puede evitar agujerearla con el dedo; este es el detonante para que la desintegración comience; la intimidad de la habitación termina siendo el escenario para el desprendimiento total de la piel, órganos y tejidos de Él, como si todo lo de adentro se volcara hacia afuera. Ella sólo lo observa, alternando su mirada con el celular. Lo insólito irrumpe sin sobresaltos, la desintegración lo deja en los huesos. Es infinito el espectro de interpretaciones posibles, la película tiene la destreza para provocar lecturas que van desde cómo se activan procesos de construcción y deconstrucción en el otro, pasando por la detonación de heridas a partir de pequeñas fracturas, hasta la incapacidad de encontrar una reciprocidad directa en las relaciones, o, incluso, yendo por otra línea, el divertimento propio de usar máscaras para jugar a ser otros. La animación permite elaborar este relato disparatado sin escrúpulos. Él decide partir cuando Ella atraviesa su misma transformación; ambos, ahora en su estado más vulnerable, pero también despojados de toda fachada posible, podrán reinventar su estructura interna, su rostro y su cuerpo para volcarse en otras relaciones que los pondrán en riesgo de ser nuevamente fisurados y fragmentados por otro.