2023
11′ Min
Colombia
Español
Juliana Zuluaga
Daniel Cortés
Tomás Campuzano
Juliana Zuluaga
Juliana Zuluaga
Daniel Giraldo
Deimer Quintero
Juliana Zuluaga
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Domingo 8 de septiembre | 7:00 p.m. | Teatro Escena 3 | Copacabana |
Viernes 13 de septiembre | 4:30 p.m. | Centro Colombo Americano | Sede Centro | Sala 1 | Medellín |
Antiespecista y militante feminista. Magíster en Cine Documental. Directora y productora creativa, interesada en el cuerpo, las relaciones entre especies y el posporno, desde una postura transfeminista, decolonial y poshumanista. Directora y productora de cine, en los que se destacan obras como Bajo tu sombra (2022) y Presagio (2022), así como Entre las sombras arden mundos (2023).
Esta película se proyecta con:
algo esta noche, de Juan Manuel Pinzón
Merecemos un imperio, de Mauricio Maldonado
“El pueblo de mi abuela tenía un faro entre las montañas, un bosque lleno de criaturas y un eco que sonaba en las noches como el viento cálido. Allí iban los pájaros a morir”. La noche del minotauro es un cuento fantástico, que parte de material de archivo para construir la historia de Luz Emilia García, la precursora del cine porno en Colombia.
Tal vez yo sea el sueño de mí misma.
Espejismo de otra. Tan en sigilo y extrema
Tan sin medida.
Densa y clandestina.
Hilda Hilst
Película de revoluciones, de faros, de monstruosidades y de la rebeldía –el deseo– en lo sanguíneo. Sobre cómo revolcar y fabular el archivo personal. Sobre la herencia menos física, la más sustancial: la mirada. En un momento en que el cine juvenil se fascina con el archivo familiar, y se construye (quizá en exceso) sobre historias trágicas, entre enfermedades y muertes, Zuluaga reinterpreta las imágenes filmadas por su abuela Luz, apodada Minotauro: la primera pornógrafa de Colombia. Con esas imágenes alteradas e imprecisas, Zuluaga construye una fábula, un cuento de oscuridad en un dispositivo que revuelca cualquier acercamiento al archivo familiar. La película inicia presentándonos un lugar, un pueblo, oculto en el mundo: «Allí iban los pájaros a morir», sentencia la voz de Zuluaga, «el olor a mortecina se levantaba en las mañanas». Se trata de un pueblo fantasma, un lugar del que nada se espera y, sin embargo, allí nace un espectáculo en el que el cuerpo despierta criaturas. Un pueblo de monstruos. De ojos perversos. Allá, en el faro, se oculta entre la muerte el espectáculo del sexo. Las imágenes más cálidas, las de la familia en un evento, se presentan acompañadas con voz de veredicto y con sonidos monstruosos. Esa capacidad e ingenio de enfrentar y atravesar las imágenes con una propuesta lúdica: de lo sagrado hacer algo inhumano, de la oscuridad hacer un infierno, del grano fílmico hacer niebla. A la imagen cruda, Zuluaga, le incrusta escalofríos. Eso tan hermoso del cine que es potenciar el recreo. Destrozar los límites. Emplear cada detalle narrativo como uno quiera. En esa transparencia perversa, la directora roba de una muerta el material filmado y recrea con curiosidad la intensidad del mundo en la infancia y en el espectáculo pornográfico. Zuluaga se permite volver a la niñez, allá donde todo tenía esa hermosa particularidad de inhumanizarlo todo, de dotarle a las personas características y exageraciones. Volver a bautizarlo todo. En contracorriente con el cine familiar, Zuluaga no visita un álbum familiar para exponer y subrayar los hechos, en cambio, lo armoniza todo con la descripción fugaz y precisa de los sueños. Ese lugar que, como la ciudad de su abuela, se permite petrificarse en una sola definición, en un único rol al mundo: el pueblo sin visitantes, la abuela del vientre maldito, una voz que atrae la niebla, unos ojos del color del averno, una piel del color del frío, la oscuridad de un teatro que transforma a sus espectadores. Qué hermoso interpretar, jugar, rectificar el archivo. Qué hermoso, también, reconstruir la memoria de la sangre. Encontrar el destino en el pasado. Ante cualquier impregnación de ideas o imágenes livianas, Zuluaga responde con fabulaciones. La mayor revolución, la que más se impregna en la piel después de La noche del Minotauro, es la venganza al tiempo y a la oscuridad cíclica: permitirse interpretar el pasado. Inquirir en formas de aventajarse, de ganarle a la muerte. Vencer el destino desconcertando las imágenes del pasado. Reescribirlo todo. Absolutamente todo
Valle de Aburrá, Antioquia