Un templo al final del alba. De los restos de la revolución cultural queda el voraz proceso de gentrificación urbanístico chino. Las estatuas de Buda contemplan las ruinas de los monasterios que dejan a su paso las excavadoras, la transmigración de las almas se ve dragada por la decadencia que trae el gran experimento capitalista del partido comunista. En esta metamorfosis del suelo sucede Sarira, ganadora del premio del jurado del Festival Internacional de Cortometrajes de Clermont-Ferrand, el segundo cortometraje del prometedor realizador Mingyang Li, egresado de la  célebre escuela de cine de Shangai.
Mingyang realiza el tajo secular a través de los últimos días de un templo y la vida de su maestro y su discípulo, la paulatina demolición se aúna al insoportable dolor de muela del monje aprendiz, lejos de aminorarse el dolor de muela se intensifica mientras la demolición se torna inminente. Detrás de las imágenes de Mingyang se esconde la aflicción de la literatura de Mishima. Observar las imágenes de Sarira es asistir a la suspensión espiritual del que no puede profesar un último rezo, los sutras no dichos se mezclan con las cenizas de los ancianos maestros. Sarira es el término de las perlas, que, según dice la tradición, son halladas entre los restos de los maestros espirituales después de la cremación, el joven Mingyang nos regala una última perla entre el polvo del progreso.