La muerte está en los catres es una de las tantas hijas de El pejesapo, un cine de pequeños espacios donde la precariedad, la cámara temblorosa y una imagen casera, son parte de una corriente nacida en las llamadas “periferias de Santiago”. Un cine alejado del discurso impoluto y a veces repetido del academicismo chileno que tan popular ha sido en estos años. El formato mini dv como seña de identidad captura el día a día de Karen, una exfutbolista profesional de la zona popular de Puente Alto. Lo que comienza en su feliz boda con su vecina Mariel se va transformando en una marea de agobio que vibra detrás de una ciudad que parece ser una copia del pequeño cuarto en el cual acontece toda la película, mientras suena una televisión omnipresente que nos conecta con la (ir)realidad local. El título, sacado del poema Solo la muerte, de Neruda: “La muerte está en los catres: / en los colchones lentos, en las frazadas negras…”, nos lleva a esas camas antiguas que suenan desvencijadas. La película es precisamente ese poema que rechina, que suena en nuestros sueños cuando los protagonistas se mueven en la cama, una película que se hunde frente a los cuerpos que se acuestan. La fuerza de la ópera prima de Ronnie Fuentes radica en la fragilidad de los recuerdos que rondan en la pareja protagonista, un pasado que se diluye en un presente que devora todo a su alrededor.