1979
71′ Min
Chile
Español
Crisitan Sánchez
Francisco Flores, Mariana Carvallo
Andrés Quintana
Felisa González
Fernando Andía
Juan Carlos Ramírez
Luis Alarcón
Cristián Sánchez
Antonio Ríos
Cristián Sánchez
José de la Vega
Mariana Carvallo
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Sábado 2 de septiembre | 4:00 p.m. | Casa de la Cultura Cerro del Ángel | Bello |
Lunes 4 de septiembre | 6:30 p.m. | Casa de la Cultura La Barquereña | Sabaneta |
Crisitan Sánchez (Chile, 1951) Director y guionista. Estudió, como varios otros cineastas de su generación, en la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica, antes de la dictadura. En su trabajo busca relevar “las relaciones míticas”, ya que, en su opinión, “para llegar a un grado superior de complejidad, el cine debe abordar el mito”. Aparte de los guiones de sus propias películas, ha sido guionista de numerosos films y series de televisión. Es autor de artículos y ensayos sobre Bresson, Buñuel, Eric Rohmer, Raúl Ruiz y otros temas, publicados en revistas especializadas.
Un taxista encuentra a Marlene, una niña provinciana, perdida en un burdel. Inmediatamente decide protegerla y la instala en su casa. Poco a poco, su afecto paternal se transforma en una extraña pasión soterrada. Finalmente el chofer termina habitando en la maleta de su propio taxi, mientras Marlene declara que desea irse a vivir con él para siempre. El primer largometraje dirigido en solitario por Cristián Sánchez fue hecho en plena dictadura y busca captar aquel ambiente extraviado y confuso de esa época. Realizada bajo la vigilancia de las autoridades, incluso se ha dicho que tras su finalización, el mismo Augusto Pinochet pidió verla.
Las dictaduras polarizan, deshacen y silencian los territorios y a sus habitantes. Marcan un antes y un después guiado por lo que, ya sabemos, la historia subraya: cifras de muertos, miseria económica y los ecos de la guerra que atraviesa generaciones. Cristian Sánchez, sin embargo, camufla y filma en plena dictadura de Pinochet el gesto de la guerra desde su interior: la inutilidad en respirar, en calmar la sed, en amar. El zapato chino (1979) se enmarca en el pesimismo y la vigilancia que se sitúa dentro del hogar: un país en el que las paredes –lo privado– carece de sentido. La principal preocupación de la película es la incomodidad y la enfermedad de los cuerpos en territorio dominado. Como si esa tierra perdiera la compatibilidad con esos organismos y quisiera expulsarlos. Personajes desgraciados que evitan tocar o ser tocados. Que siempre están acompañados de otros cuerpos que, como fantasmas, los vigilan. El relato de la película, como los personajes, deambula pero no emerge: un taxista desarrolla un extraño vínculo (tan inofensivo como sugerente) hacia Marlene, una joven que encuentra en un burdel. Los personajes se van topando unos con otros sin que ello afecte sus rutinas. Los más abandonados pelean en la calle. La posible historia de amor comienza con indiferencia y desidia. Sánchez filma lo inutil y lo hace de la forma más cruda: un país para en el que, ni siquiera, el sexo tiene sentido. Son personajes, cuerpos, que se desean pero no tienen aliento ni confianza para unirse. La clave de la película se guarda en una escena que, creemos, será el encuentro carnal de una pareja en un motel. Pero la desnudez, como la bebida y el deseo, también se ha podrido. Sed y deseo (¿no son lo mismo?) han desaparecido. El sexo que el cine (especialmente hoy) nos promete anarquía en los terrenos de la dictadura nunca emerge: allí no vale la pena. No hay libertad ni tan siquiera en las caricias. Los personajes de El zapato chino están desterrados de cualquier futuro. Como si todos hicieran parte del país literario de Onetti, Santa María, donde burdeles y moteles solo guardan polvo y silencio. Donde los taxis llevan pasajeros que han olvidado o carecen de un destino. Sánchez, como traficante, hace de la dictadura su dupla para imprimir en cada fotograma las consecuencias de lo quebrado. Una película que sofoca los gritos y vigila los susurros. Que descubre el gesto más sombrío de la guerra en los rostros de quienes parpadean pero ya no quieren ver.
Valle de Aburrá, Antioquia