80′ Min
Chile
Español
Ignacio Agüero
Cecilia Pisano
Luis Vera
Francisco Vargas
Tatiana Gaviola
Cristián Lorca
Andrés Racz
Joaquín Eyzaguirre
Patricio Bustamante
Juan Carlos Bustamante
Ignacio Agüero
Fernando Lockett
Fernando Valenzuela
Marcos de Aguirre
Mario Díaz
Freddy González
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Lunes 9 de septiembre | 4:30 p.m. | Cinemas Procinal Las Américas | Medellín |
Miércoles 11 de septiembre | 8:00 p.m. | Teatro Otraparte | Envigado |
Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.
El director Ignacio Agüero interrumpe los rodajes que están teniendo lugar en Chile durante 1984 para preguntar a los cineastas qué sentido tiene filmar en Chile bajo dictadura. Las preguntas de Agüero, tan sencillas como abrumadoras, ponen a los realizadores en un aprieto.
Después de filmar su dolorosa y desoladora obra maestra No olvidar, sobre los crímenes estatales en las minas de Lonquén, la película es vedada por la dictadura de Pinochet dejando a Ignacio Agüero desarmado en una duna de desasosiego ¿Para qué filmar? O, más bien, ¿qué filmar precisamente en estos momentos de dictadura? Así surge el embrión de su siguiente proyecto, Como me da la gana, cortometraje locuaz de un estado de las cosas determinado. Agüero frecuenta distintos rodajes de películas que se estaban realizando a mediados de los años ochenta para indagar por el sentido de hacer cine en un momento de censura y violencia apabullante. A través de sus treinta minutos, el cineasta asiste al rodaje de Dulce patria, de Andrés Racz; entre choques de protestantes y carabineros, irrumpe en el rodaje de Santiago Blues, de Juan Francisco Vargas, o en el de Tatiana Gaviola sobre los sindicalistas de la Confederación de Trabajadores del Cobre, entre otras experiencias. La película se inunda de un fresco de pensamientos, procesos y situaciones que no sólo permiten el rastreo de un Chile vulnerado por los asfixiantes mecanismos represivos de la dictadura, sino que profundiza en la naturaleza propia del quehacer cinematográfico, uno que puede ser el boceto de la memoria oculta de los procesos sociales de los pueblos o una herramienta de expresión propia del autor que con su perspectiva íntima quiere plegarse a las especificidades de un fenómeno colectivo. Así, estos gestos primigenios en el cine de Ignacio Agüero ya vaticinaban no sólo su interés por indagar en la naturaleza enigmática del cine y sus motores de intención y devoción, sino la práctica de edificar un cine con los sedimentos de la vida inmediata que fuera más allá de la condición contundente de la respuesta de un reportaje. Labrar un mar de perspectivas, visiones y contrastes, lo que hace de su cine un ecosistema cargado de vida y no un herbario artificial inerme.
Valle de Aburrá, Antioquia