Cinemancia Festival

Sueños de hielo

Sueños de hielo

Año:

1994

Duración:

56′

País:

Chile

Idioma:

Inglés

Director:

Ignacio Agüero

Producción:

Andrés Racz

Guionista:

Ignacio Agüero

Director de fotografía:

José Luis Arredondo

Germán Liñero

Gastón Roca

Montaje:

Fernando Valenzuela

Sonido:

Ernesto Trujillo

Mario Díaz

Felipe Pincheira

Horarios

Fecha/HoraTeatroCiudad
Lunes 9 de septiembre | 4:30 p.m.Cinemas Procinal Las AméricasMedellín
Miércoles 11 de septiembre | 8:00 p.m.Teatro OtraparteEnvigado

Director:

Ignacio Agüero

Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.

Esta película se proyecta con

Como me da la gana, de Ignacio Agüero

Sinopsis

Sinopsis

En 1992, para la Exposición Universal de Sevilla, Chile exhibió en su pabellón un iceberg traído especialmente de la Antártida. Al igual que el Ismael de Moby Dick, un marinero toma un barco y se dirige, desde la Antártida a España, en un viaje que transporta ese mismo iceberg. En este viaje sucederán cosas misteriosas que convertirán a aquel hombre en una víctima de las fuerzas ocultas originarias de los icebergs.

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Con el secreto propósito de hacer una película sobre una expedición marítima aún más grande y sensacional que cualquiera emprendida por Antonio Pigafetta, Ignacio Agüero asume el control que da el embrujo y la transfiguración para observar con maravillosa parsimonia los hielos más grandes de su alargado país. El mar es signo de locura. El marino sucumbe a ella con decisivo placer. Así, todo en esta película es un poco loco, un poco intenso, un poco nervioso. El origen de la película (nacimiento enrarecido) es también disparatado: en una misión nacional de gloria espeluznante, el gobierno de Chile, para la exposición mundial realizada en Sevilla en 1992, lleva un iceberg. En medio del verano español, el propósito de Chile fue “helar” el mundo. La promesa: cualquiera podía tocar un hielo milenario sin la necesidad de subirse a un barco. En esta película, el hielo hace la travesía opuesta de la conquista, el relato lo conduce una lengua extranjera, un amanecer encandila e incendia todo un puerto, y Agüero hace un film invernal sobre un hecho que sucede en el verano. Por otro lado, contempla la exigencia contrarreloj: cargar un hielo, incluso refrigerado, debe tener un tiempo límite. El hielo y su extinción: peligro mayor que la película no obvia. Todo se trata, por supuesto, del régimen de la paradoja: ¿qué hace un hielo enclaustrado en un solitario barco? Sueños de hielo corrobora la verdadera magnitud de una topografía: no hay nada tan impresionante –por bello, por filmar con sencillez la magnificencia de un planeta entero, por eterno– como esas imágenes de los hielos en la calma (y el más puro de los terrores absolutos) que da “el medio de la nada”. En este viaje, no hay opción distinta al asombro. El papel de la desesperación en la película moldea las imágenes. Al principio, el encanto de lo novedoso es incluso hiriente, después, impensable, el aura se ensombrece. Lo que parece un éxito es en realidad un naufragio. Más densa que un enigma a resolver, la dirección de Agüero –furtiva en los términos de construcción de una película “normal”– está entre lo más escabroso y lo más agresivo. Consigo mismo, el marinero debe tramitar siempre  el deseo que va desde el retorno a casa hasta no querer volver nunca a su hogar: la homogeneidad del paisaje marino horada la sanidad de los que ocupan el barco. Al marino lo reclama el mar, pero también la tierra firme.Contrario a los dones que dan lo inconfundible y lo firme, Agüero prefiere las infinitas ramificaciones y aquello que solo reserva el viaje con brújula averiada. En últimas, prefiere lo inexplicable.

PABLO ROLDÁN

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