1977
10′ Min
Chile
Español
Ignacio Agüero
Escuela de Artes de la Comunicación EAC
Rodolfo Bravo
Víctor Hugo Ogaz
Mabel Guzmán
Jorge Riquelme
Ignacio Agüero
Domingo Garrido
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Sábado 7 de septiembre | 4:30 p.m. | Centro Colombo Americano | Sede Centro | Sala 1 | Medellín |
Miércoles 11 de septiembre | 6:30 p.m. | Talpa - Casa cultural | Girardota |
Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.
Dos amigos vuelven a juntarse después de muchos años, en Santiago. Uno de ellos, exitoso, se rehúsa a ayudar al otro. Pero tras cambiar de opinión, se da cuenta que el hombre siempre quiere más.
Los adagios populares y los proverbios son dichos de manera lapidaria, no parecen perder el lustre a pesar de lo manidos y repetidos. Con frecuencia se dicen sin cuidado, como un viejo hechizo que arregla el discurso, que ocupa el puesto de las palabras de lo que paradójicamente no puede ser dicho y a la vez exige que algo se diga. “El hombre es un animal de costumbre” le dice un amigo al otro, al borde de la entrada de su gran casa donde la opulencia se agolpa en las paredes y grita en las bocinas de su televisor y su tocadiscos. En esta temprana etapa de la filmografía de Agüero se filma con la atención al detalle de una persona sensible y consciente de los alcances del significado más allá del diálogo. El encuentro entre dos amigos de antaño, uno en condiciones económicas complejas, que necesita de ayuda para montar un negocio, y el otro que logró la riqueza de un golpe, que vive en una cosa llena de tecnología, viste de traje y exporta whiskey. Agüero logra armar con estos elementos narrativos un relato que parece cercano al de la parábola: todo deviene en símbolo mientras que la tensión entre los dos personajes crece. Son filmados desde el punto de vista de un televisor; el escenario se desdobla y lo que los personajes creen estar viendo realmente los observa. Para colmar el silencio, escuchamos al fondo caricaturas como Don Gato y la música en el tocadiscos que, por momentos, a manera irónica y también sentenciosa, reproduce “With A Little Help From My Friends” de The Beatles, una canción que habla sobre las virtudes de la amistad. El encuentro de estos dos amigos de infancia, que de antaño conocieron la dificultad y el trabajo colectivo, da cierre con un plano secuencia magistral: el sonido del chirrido devora la imagen; la cámara se mueve horizontalmente, de izquierda a derecha recorre las paredes del amigo rico y muestra algunos objetos olvidados, dejados ahí como souvenirs de un tiempo superado y culmina en otro tiempo, en un momento no muy preciso en el futuro en el que la colaboración entre amigos parece ser posible, pero sólo a través de la explotación laboral. Ahí el título de la película vuelve, que es exactamente el proverbio ya dicho por el amigo rico, vuelve de inmediato a la mente del espectador. No por su validez o porque contenga una verdad evidente que se había ignorado. Por el contrario, porque con las imágenes es posible ver el revés de las palabras, ver que detrás de esa aparente sabiduría de la palabra lo que se esconde es una afirmación fácil que insiste en acomodarse a lo que venga sin oponerse, en aceptar las condiciones como condena y ver que realmente desde el poder las cosas no van a cambiar, que la amistad es moneda de cambio y que ante la necesidad el cuerpo se adapta a cualquier tipo de trabajo.
Valle de Aburrá, Antioquia