El director bosnio Dane Komljen (Todas las ciudades del norte, 2016) ensambla la limnología, la mitología y la danza en su más reciente encrucijada, Afterwater (2022). Citas científicas y literarias, como las de “San Manuel Bueno, mártir” de Miguel de Unamuno, se funden en un molde formal acuoso. Del celuloide a la experimentación digital, Komljen erige un canto a los cuerpos de agua, transgresor, pedagógico y poético, el cineasta esquiva los lineamientos disciplinares y sus categorías pétreas para encontrarse con ciudades sumergidas, danzas distópicas y microcosmos en laboratorios herméticos. Los científicos en su cine se convierten en líquenes y la jerarquización antropocéntrica del encuadre se sublima permitiendo una democratización de los seres vivos dentro del cuadro; el crítico de arte alemán Panofsky estaría satisfecho con algunos fragmentos del cine desplegado en Afterwater. Al final, el segundo largometraje de Komljen nos puede parecer muy ambicioso en sus pretensiones pero si existe algo que sea motivo de celebración es la campaña enceguecida de hilar con organicidad el tema abarcado y la forma que recubre el sentir de la materia en cuestión. En ese sentido hay que celebrar el arrojo de este cine poroso que evita la erosión de formas paralizadas, precisamente como un líquen. Afterwater es fecunda con la mirada y la recubre con cortezas de atmósferas sensoriales que trascienden los recipientes con formol que filma el cineasta en las primeras secuencias. Un ensayo-poético inclasificable diseminado como una hermosa rareza en la sección Cruce de mundos.