En While the Green Grass Grows, el cineasta suizo-canadiense Peter Mettler se une a una hermandad junto a cineastas trascendentales y poéticos del film ensayo autobiográfico como Eric Pauwels, Naomi Kawase, Anne Charlotte Robertson o David Perlov. Mettler homenajea a sus padres, fallecidos durante el rodaje de la película; sus imágenes cargan una melancolía esperanzadora que nubla la vista de promesa de lágrimas, sus encadenamientos tienen el halo misterioso de los diarios de Mekas, sus meditaciones con los ríos y los cielos recuerdan a los haikus más inspirados de Matsuo Basho; el cineasta se permite jugar con los dispositivos de representación apresando ondas en catatumbas, penetrando en los líquenes como un espíritu de la naturaleza o mostrándose frágil y solitario ante el inminente panorama de la pandemia del COVID 19. El cineasta rebobina el fluir de las aguas, de los vientos de los Alpes suizos y las coreografías de una madre que avanza y retrocede por un pasillo como un juguete óptico proclive a convertirse en el fetiche punzante de un cineasta que filma con la intuición y monta con el dolor, sin embargo, Mettler nunca convierte en lacrimógeno su meditación privada existencialista ni tampoco centra todas las fuerzas sonoras y visuales en confeccionar una carta elegíaca totalizante a los padres fantasmales, él, al igual que Herzog, mete los pies sobre la gélida nieve y peregrina sin cálculos previos por los suelos del azar hasta que los pies ardan. El autor deja pensamientos brahmánicos, taoístas o filosóficos mientras se entrega a la libertad abismal de su proyecto íntimo. Al finalizar la película uno queda desarmado, sin una certeza concreta, pero con la sensación de haber dejado una parte de sí suspendido como esos trozos divinos de los padres de Mettler que aún en la oscuridad se siguen repitiendo como la rutina de una luciérnaga.