1941 – 1946
27′ Min
Colombia
Sin sonido
Enrique Uribe White
| Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
|---|---|---|
| Miércoles 17 de septiembre | 5:00 p.m. | Centro Colombo Americano - Sede centro. Sala 1 | Medellín |
(Tuluá, 1898 – Bogotá – 1983), el célebre y polifacético intelectual colombiano, fue un hombre que practicó a lo largo de su vida una extensa y muy diversa variedad de ocupaciones. Se sabe que White fue, además de ingeniero, un apasionado astrónomo y poeta, traductor y ensayista, navegante y fotógrafo, dibujante y editor. A lo largo de su vida fue el ingeniero en jefe de la carretera Popayán-Pasto en el gobierno de Olaya Herrera, fue el director de la Biblioteca Nacional de Colombia en el gobierno de López Pumarejo, fue el creador y único editor de PAN (1935-1940), la afamada revista cultural, y fue también, durante los tiempos de Rojas Pinilla, el protagonista del pionero programa televisivo Este Mundo Maravilloso, uno de los primeros segmentos educativos y culturales de la televisión pública colombiana. A esta lista, sin embargo, debe agregarse una nueva y desconocida faceta del intelectual: la de cineasta.

Una travesía íntima por la laguna de Tota. Con la cámara como bitácora, Enrique Uribe White registra la construcción de su embarcación “Tato”, las jornadas de navegación y las tardes de ocio en compañía de artistas y poetas en las playas de la laguna.


Hay un momento del ingenio humano en el que la ternura se vuelve indispensable para la experiencia creativa. Ese momento está en el principio de toda gran aventura: el acierto equivocado de Colón, la primera fotografía de Joseph Niépce, o la inmersión folclórica del maestro Jorge Velosa. Todos estos hombres, por azar, destino, o revelación divina, zarparon en ese momento de ingenio desde el puerto de la curiosidad para navegar por las lagunas del material rudimentario y elevarse hasta los océanos de la fantasía. La historia nos ha enseñado que todo empieza con un niño y un madero, o una cámara, o un tiple, hasta que un día la fantasía es instrumentalizada (poder, religión o dinero) y despojada de su inocencia (tal vez la carranga sea una buena excepción). En la película Tota, Enrique Uribe White logra filmar ese momento primigenio de la aventura de la navegación, la filmografía y el folclor. Las imágenes que se suceden en el cortometraje muestran los materiales de la navegación, así como los paisajes de la laguna y el encuentro de los personajes con el entorno local. Los juegos de color pastel entre la ropa de la época y la flora de la montaña boyacense parecen invitar a los exploradores a un encuentro con la familiaridad de la laguna, que permanece intocada todavía por ninguna forma de turismo o actividad extractivista. Es ahí donde White devela el secreto del momento creativo: la intimidad. Gracias a este secreto, la fantasía se cristaliza en el ojo de la cámara. No importa si se trata del Mar Mediterráneo, o de las Islas del Caribe, o de la Laguna de Tota, todos los hombres que elevan las velas son tan ingenuos como Cristóbal Colón. Y, asimismo, todas las mujeres a bordo de un velero se transforman en María la Roja, tejiendo las velas con sus propias manos y derramando miradas soñadoras en los vientos de la laguna, como si abandonaran algún puerto prohibido en la nave de algún pirata extraviado. La cámara de White hace posible que la fantasía siga viva gracias al contacto íntimo con la laguna. Arriba en el pueblo, los campesinos participan del furor religioso de la Semana Santa (como lo harían en el Puerto de Cádiz con 400 años de anticipación), aunque, lo sabemos, después vienen la chicha y los diablitos de Jorge Velosa. Con ruana y sombrero, los parientes míos asisten desde la orilla a las expediciones del velero Tato, como si la laguna fuera un puerto costero en el que hace mucho frío: es una fantasía hermosa. White creó un universo cinematográfico en donde conviven armónicamente el frío de la montaña boyacense, la fantasía de la navegación y la aventura fílmica. Para el día en el que escribo esta nota, todavía la Laguna de Tota preserva algo de la magia íntima que White logró dibujar con su cámara. La última vez que fui, ya habían tenido que restringir el acceso por algunas zonas de la montaña. Hace falta más del espíritu de esta película para que nuestra especie aprenda a contemplar con ingenuidad los paisajes de la fantasía, permitiéndonos soñar con las propias manos y sin abusar de la naturaleza. Ojalá que esta película sea célebre, pero ojalá que la laguna nunca se vuelva famosa.
Valle de Aburrá, Antioquia