1955
102′ Min
Japón
Japonés
Kinuyo Tanaka
Eisei Koi
Chishū Ryū, Shūji Sano, Hisako Yamane, Yōko Sugi
Yasujiro Ozu, Ryôsuke Saitô
Shigeyoshi Mine
Mitsuo Kondô
Masakazu Kamiya
| Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
|---|---|---|
| Martes 16 de septiembre | 7:00 p.m. | Cinemas Procinal Las Américas | Medellín |
Kinuyo Tanaka es una de las actrices más reconocidas de Japón y la segunda mujer directora en la historia cinematográfica de su país. Dedicó toda su vida al cine, actuando en más de 250 películas y colaborando con los directores más importantes. En la posguerra, Tanaka se convirtió en directora de cine. Entre 1953 y 1962, Tanaka dirigió seis largometrajes dentro del sistema de estudios japonés. Su destacada carrera delante y detrás de la cámara no solo acompaña la historia y las transformaciones técnicas del cine en Japón, también encarna los cambios sociopolíticos y culturales de la sociedad japonesa y sus mujeres, ofreciendo una oportunidad única para examinar las intersecciones entre la autoría, la representación y los discursos de género de las mujeres en el Japón moderno.

Mokichi Asai es un hombre viudo y padre de tres hijas, con quienes vive desde los últimos años de la guerra en las instalaciones de un templo en la ciudad de Nara, antigua capital de Japón. Las tres –la mayor, viuda; la menor, inquieta y celestina; la del medio, reservada y tímida– se ven envueltas en relaciones sentimentales complejas, reflejando las cambiantes condiciones sociales del Japón de los años 50 y los nuevos vínculos entre hombres y mujeres. Basada en un guion que Yasujiro Ozu confió a Tanaka.


En esta ocasión Tanaka filma un guion hecho en 1947 por Yasujirō Ozu y Ryôsuke Saitô. Los grandes temas del maestro están allí, incluso su actor fetiche Chishū Ryū como un padre que despide a su hija para quedarse solo en algún paraje rural remoto, lejano a Tokio y su cosmogonía vertiginosa. Tanaka profundiza otros lindes espaciales de este mundo, homenajea a Ozu con el encuadre, pero instaura travellings, que son caligrafías vigorosas de la cineasta. Lo más precioso de esta película es su baile interno plegado en paralelo al relato, el cómo se mueven los jóvenes a hurtadillas entre grandes templos y antenas telefónicas, orquestando estos encuentros falsos para encontrarle un prometido a una hermana mayor, abnegada al universo doméstico de lo familiar rural. Lo que es una maquinación defectuosa, permite el brote epistolar de dos amantes que se comunican por medio del Manyoshu, antología poética japonesa muy antigua, y de huidas nocturnas para hacer coincidir miradas cargadas de anhelos no confesos a la luna. La luna se levanta conserva los hechizos para aunar lo trágico con una comedia sutil de la existencia cotidiana, celebra el amor enseñando las resquebraduras del tiempo y de las épocas, las frases son dolorosas y se quedan resonando por los pasillos de los interiores. Por los objetos, se respira Ozu, por las expresiones veladas de las mujeres, se respira Mizoguchi, y Naruse está en la urdimbre delicada y melancólica de lo tradicional y lo moderno y en cómo esta urdimbre arroja a los que desean amar a un vórtice de renuncias y pequeñas victorias. Pero lo anterior son sólo intuiciones porque en este mundo, detrás del cámara Shigeyoshi Mine, está la mirada de Kinuyo Tanaka, creando estas películas pioneras, siendo apoyada por Keisuke Kinoshita y desestimada por Mizoguchi; dejando a la posteridad una serie de títulos llenos de vida, dolor y armonía, como aquel pueblo de Nara que retrata en esta película, como un haiku cuya tinta se disuelve en una charca.
Valle de Aburrá, Antioquia