1968
108′ Min
Japón
Japonés
Shinsuke Ogawa
Hideko Kobayashi, Hiroo Fuseya, Takatsugu Ichiyama
Koshiro Otsu
Masaki Tamura
Takako Sekizawa
Toyohiko Kuribayashi
| Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
|---|---|---|
| Sábado 13 de septiembre | 4:00 p.m. | Casa municipal de la cultura. Auditorio Ciro Mendía | Caldas |
| Viernes 19 de septiembre | 7:00 p.m. | Antimateria Libros y Café | Medellín |
(1935- 1992) Tras estudiar cine en la Universidad de Kokugakuin, trabajó como ayudante de dirección en numerosos documentales publicitarios para Iwanami Productions, entre los que destaca la película de Kuroki Kazuo Waga, Ai Hokkaido (My Love, Hokkaido). Nunca dirigió para la Iwanami pero formó parte activa de El Grupo Azul, que renovó las formas del documental en los sesenta. Ogawa comenzó a realizar películas de forma independiente en la misma época, desde el centro y los extremos del movimiento estudiantil, detrás de las barricadas. Cuando formó su propia productora, se mudó a un pueblo a las afueras de Tokio que el gobierno había designado como sede del Aeropuerto Internacional de Narita. Los agricultores de la zona estaban comenzando lo que sería una de las luchas sociales más traumáticas de la historia moderna de Japón. A lo largo de ocho películas filmadas durante nueve años, Ogawa y su productora documentaron lo que fue, en la práctica, una guerra civil a pequeña escala. La serie Sanrizuka de Ogawa sigue siendo uno de los monumentos de la historia del cine japonés. Su carrera se suele dividir en tres etapas: las películas del movimiento estudiantil (1965 – 1968); la serie de Sanrizuka (1968 – 1974); y la historia de Magino (1975 – 1992). Producciones Ogawa, formada en 1968, la productora con la que ensayó nuevas formas de producción, distribución y exhibición colectivizada, se disolvió tras su muerte. Creó el Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata. “El cineasta de la tierra”, así lo llamó el crítico Hasumi Shigehiko. Cineasta en efecto de la tierra y las consecuencias de sus usos justo en el momento más confuso de la historia de japón, el periodo de la posguerra. En retrospectiva, las películas de Ogawa se revelan como obras monumentales en desarrollo, abiertas a un continuo debate y desarrollo. El asombroso compromiso y la perseverancia invertidos en su trabajo siguen planteando preguntas oportunas y pertinentes sobre la responsabilidad, la política y la ética del cine documental frente a la injusticia y la adversidad.

En el pueblo de Heta, las protestas contra la construcción de un nuevo aeropuerto en su tierra son férreas, la edificación se consideran ilegítima. Campesinos y estudiantes luchan contra la policía antidisturbios, enviada para proteger a los topógrafos que trabajan en el proyecto. La película despliega una estética estridente, tanto en fotografía como en edición, y se centra en los enfrentamientos entre los empleados del aeropuerto, sus escoltas policiales y los manifestantes. Por la fuerza de las imágenes, Noël Burch la llamó un “ensamblaje bastante visceral”.


Sanrizuka, una tierra campesina cerca de la ciudad de Narita en la prefectura de Chiba, se había establecido, desde 1868 a 1968 como una población recia que hizo de un suelo volcánico yermo una tierra fértil. Durante la Era Meiji, el campo de esta ciudad era usado por los señores feudales como una especie de establo y campo para practicar equitación. Sin embargo, la ciudad capital fue creciendo y la necesidad de alimentos fue tan alta que decidieron otorgarle la tierra a un grupo de campesinos. Así fue como la población campesina de Sanrizuka, trabajando contra la adversidad biológica de un terreno que hacía arduo y extenuante el cultivo, transformó durante 100 años estos terrenos en un lugar fértil y próspero. Sin embargo, para 1968 el gobierno, desconociendo un centenario de legado agrícola, decide que en este pueblo se construirá un aeropuerto, que estaría conectado con la ciudad de Narita. Este acontecimiento deriva en el levantamiento de los campesinos de la región, que en su gran mayoría se oponían a los planes del gobierno que quería despojarlos de su tierra. Con corazón entregado, consciente que el cine es arma discursiva que puede y debe incidir en el aquí y ahora, que no funciona sólo como un aparato de registro de la realidad, sino que también denuncia, se inmiscuye e interviene sobre la realidad social, Shinsuke Ogawa y un equipo de jóvenes se muda a la región de Sanrizuka, donde vivirían casi por 8 años, para simpatizar con la causa política. Su aporte: su cine. Él y su equipo ponen a disposición el conocimiento en pro de los campesinos y esta película es el primer resultado de esa relación fervorosa de simpatía y escucha. Con las imágenes Ogawa alterna entre planos, sin una linealidad temporal que hace sentir que todo ocurre de manera simultánea, como si la lucha fuera un largo día de verano que inicia y no tiene fin. Él y su equipo consideran que la transgresión de ciertas reglas a la hora de hacer cine, como la desincronización del audio y la imagen, crean un efecto de distorsión y separación que permite concentrarse en los discursos políticos que se pretenden destacar y defender. Mientras se escuchan voces anónimas sin una fuente precisa, se permite pensar que esta voz cambiante de entonaciones y ritmos le pertenece a todo el pueblo. En las imágenes hay una colección de rostros, en los que está tallada la historia de un pueblo, los rasgos de generaciones que han entregado su vida al campo y que se ven arrojados a una lucha política que consideran injusta, pero a la que oponen completa resistencia. Ogawa y su equipo concentran sus imágenes en los diálogos de organización y consolidación del movimiento de protesta, así como en los conflictos del pueblo con los policías. Su cámara toma una postura clara, haciendo del adversario (los policías) un cuerpo homogéneo ante la cámara. En la mirada se insiste en los elementos de desigualdad que hacen más evidentes y señalan la complejidad de este movimiento. Mientras ellos estaban armados y protegidos, la población se armó de palos, piedras y cascos para intentar combatir. Gracias a Ogawa es posible rememorar este cruel episodio de la historia, en el que las brechas de la desigualdad se hacían notables en la precariedad de las herramientas del pueblo para la batalla. Este es un documental que no “documenta” la lucha, sino que se involucra en la lucha. Su alcance permite pensar en los discursos políticos que se apropian de la legitimidad de la violencia y cómo el cine encuentra caminos, desde la disrupción formal, para inquietar el pensamiento y la mirada, para hacer de la estética un terreno de disputa, una herramienta de crítica y liberación.
Valle de Aburrá, Antioquia