Película cabalmente insólita. Es un verdadero artefacto veloz, muy veloz, y explosivo que se propone derribar cualquier certeza que se tenga alrededor de cómo montar una película, o de cómo una película construye, imagen tras imagen, su sentido, su ruta de tiempo y de ideas. Es apasionante la ferocidad incómoda de sus personajes, ese desfase literal que propone entre cuerpos, palabras, imágenes, sensaciones. Todo un delirio humorístico que nace por un trabajo actoral preciso, por una gestualidad de apariencia desinteresada, urgida de cercanía, amor y cariño. La película siempre escucha ese rumor secreto de lo que ocultan las palabras, los gestos, y, sobre todo, los cortes en el montaje. Hay que prestar especial atención al ascenso emocional que distribuye y maneja Smog en tu corazón, cómo cada personaje va quedando en un dulce rincón y con sus sentimientos, estrujados o no, en la mano. Ahí reside ese dramatismo lívido que lleva a un sentir de la gracia, de lo que hace reír. Es de esas películas que preferimos porque, ubicadas en un solo espacio, deben lidiar con la materia más áspera del cine: la palabra, el límite arquitectónico, y los cuerpos que se encuentran. Verdadera revolución del montaje y de todo lo lineal para navegar hacia el país de la risa. Lucía Seles presenta el derrotero narrativo de su película así: “Qué difícil es cuando una persona es dueña de un complejo de tenis y mezcla eso con sus otros sentimientos”. Esa mezcla, sostenida en perplejidad y conmoción, con la ayuda de la particular cadencia del español en la lengua de los argentinos, abre el desenfreno y la oportunidad de reír, convirtiendo a la película en un baile y una espiral. El personaje de la tenista es una de las habitantes de Cinemancia 2022 que será imposible olvidar.