Red Persimmons

Red Persimmons

Año:

2001

Duración:

90′ Min

País:

Japón

Idioma:

Japonés

Dirección:

Shinsuke Ogawa

Peng Xiaolian

Producción:

Shiraishi Yoko

The Kaminoyama Delicacy

Benigaki Documentary Film production Cornmittee

Guion:

Shinsuke Ogawa

Peng Xiaolian

Dirección de fotografía:

Jong Lin

Masaki Tamura

Montaje:

Peng Xiaolian

Sonido:

Kikuchi Nobuyuki

Kikuchi Shinpei

Kubota Yrrkio

Horarios

Fecha/HoraTeatroCiudad
Viernes 19 de septiembre | 4:30 p.m.Centro Colombo Americano - Sede centro - Sala 2 Medellín

Dirección:

Shinsuke Ogawa

(1935- 1992) Tras estudiar cine en la Universidad de Kokugakuin, trabajó como ayudante de dirección en numerosos documentales publicitarios para Iwanami Productions, entre los que destaca la película de Kuroki Kazuo Waga, Ai Hokkaido (My Love, Hokkaido). Nunca dirigió para la Iwanami pero formó parte activa de El Grupo Azul, que renovó las formas del documental en los sesenta. Ogawa comenzó a realizar películas de forma independiente en la misma época, desde el centro y los extremos del movimiento estudiantil, detrás de las barricadas. Cuando formó su propia productora, se mudó a un pueblo a las afueras de Tokio que el gobierno había designado como sede del Aeropuerto Internacional de Narita. Los agricultores de la zona estaban comenzando lo que sería una de las luchas sociales más traumáticas de la historia moderna de Japón. A lo largo de ocho películas filmadas durante nueve años, Ogawa y su productora documentaron lo que fue, en la práctica, una guerra civil a pequeña escala. La serie Sanrizuka de Ogawa sigue siendo uno de los monumentos de la historia del cine japonés. Su carrera se suele dividir en tres etapas: las películas del movimiento estudiantil (1965 – 1968); la serie de Sanrizuka (1968 – 1974); y la historia de Magino (1975 – 1992). Producciones Ogawa, formada en 1968, la productora con la que ensayó nuevas formas de producción, distribución y exhibición colectivizada, se disolvió tras su muerte. Creó el Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata. “El cineasta de la tierra”, así lo llamó el crítico Hasumi Shigehiko. Cineasta en efecto de la tierra y las consecuencias de sus usos justo en el momento más confuso de la historia de japón, el periodo de la posguerra. En retrospectiva, las películas de Ogawa se revelan como obras monumentales en desarrollo, abiertas a un continuo debate y desarrollo. El asombroso compromiso y la perseverancia invertidos en su trabajo siguen planteando preguntas oportunas y pertinentes sobre la responsabilidad, la política y la ética del cine documental frente a la injusticia y la adversidad.

Dirección:

Peng Xiaolian

Obtuvo una licenciatura en Bellas Artes en la Academia de Cine de Pekín en 1982. Completó su doctorado en dirección cinematográfica en la Escuela de Cine de la Universidad de Nueva York en 1994. Su diálogo con Shinsuke Ogawa comenzó en el verano de 1991, cuando se unió a Ogawa Productions y rodó un primer proyecto de película bajo la tutela del propio Ogawa. En el verano del año siguiente, planeó regresar a Japón para rodar la película definitiva, pero Ogawa falleció en febrero de 1992 y el plan se canceló.

Sinopsis

Sinopsis

Además de su fascinante registro de un estilo de vida en desaparición y las agraciadas anécdotas sobre la inventiva humana, esta es una película de una belleza deslumbrante. Sus escenas devotas al paso del tiempo, ya sea revelando los magníficos tonos rojo y anaranjados intensos de la fruta en plena floración, o al secar la fruta después de ser pelada, inundan la pantalla de una sensación estética radiante. Esta película la empezó a filmar Ogawa y, dieciséis años después, la terminó Peng Xiaolian.

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Reflexión

“Hasta ese momento no creo que nunca había reparado
en su transparencia y carnalidad; en la luz, el silencio
o el interrogante que esas frutas pintadas atestiguaban. 

 

Me gusta la palabra reparar, pues transmite al acto
de ver una polisemia y una ética”.

 

José Tolentino Mendonça, Las manzanas de Cézanne

 

Pequeñas pelotitas de un color naranja tan intenso, tan carnoso, que son llamadas “caquis rojos”: el proceso anual de su cultivo y cosecha en épocas novembrinas inaugura una cadena de labores para secar, pelar, empacar y distribuir los frutos en la zona más privilegiada para su producción. Gracias al sol, al viento, la altura y otras condiciones climáticas y geográficas, Kaminoyama, un orgulloso pueblo rural, se reconoce a sí mismo como el lugar ideal de producción de caquis rojos, que son luego consumidos en las grandes ciudades. Los viejos temas: las tradiciones, los cambios generacionales, la modernización… Y, sin embargo, el clásico asunto de la transformación de un añorado pasado japonés y su desaparición es siempre vigente, siempre vigoroso, siempre digno y destellante. Porque cada tradición deslumbra por la especificidad material y simbólica que la acompaña: aquí, la convicción de los productores rurales los hace dar unos testimonios que de tan exactos resultan, como se describen estos frutos repetidamente, a la vez dulces y astringentes. Las personas del pueblo discurren sobre el clima, sobre los instrumentos tan precisos con los que trabajan, sobre las fluctuaciones del precio y cuestiones biográficas completamente atadas a los ciclos agrícolas y las técnicas de la preparación del fruto una vez cosechado. Esas labores han moldeado cada ínfimo aspecto de sus vidas, en un proceso de domesticación mutua entre frutos y humanos, hasta el punto en que a menudo parece que estos adorables personajes fueran las mascotas de estas frutas, sus animales de compañía o incluso sus amorosos sirvientes. No se trata aquí, como podría pensarse, de unos productores encerrados en un pasado mítico, romantizado como reliquia antigua conservada en una pureza sin cambios. Al contrario: el origen de la pasión de los trabajadores es el fruto mismo, su particularidad, y los inventos técnicos que ayudan a mejorar el proceso son celebrados con una alegría y emoción tan inmensa como contagiosa. No hay mejor evidencia de esto que el protagonismo que adquiere una entrañable peladora eléctrica, diseñada por alguien del pueblo, de la que incluso se llega a hacer una nueva versión mejorada cuya velocidad es graduable y que ahora puede girar en dos direcciones opuestas. El hecho de que nosotros veamos esto hoy envuelto en la nostalgia de una mirada que nace de las culpas de nuestra época no debe hacernos olvidar que la belleza que exudan estas imágenes proviene, en cambio, de un amor desbordado del cineasta y de los habitantes de Kaminoyama a la forma que su trabajo tenía en el presente en que fue filmado. Pese a todo esto, la pasión y el amor hacia el propio trabajo de los trabajadores brilla entre una opacidad circundante: es verdad que reparamos en un presente en riesgo de desaparición, y que no parece haber herederos de estas técnicas. El paso del tiempo es una preocupación genuina que interrumpe el éxtasis de los productores de caquis rojos, especialmente cuando se vincula al fallecimiento de las personas de quienes ellos han recibido sus conocimientos y destrezas. Las metáforas que obligan a cosechar unos símiles poéticos, los asaltos de la memoria que obligan a apoyar el discurso en una anécdota reconfortante, la musculatura facial que delata unas alegrías y preocupaciones a la vez infantiles y sabias: todo esto es detonado por el fervor que generan estas pequeñas esferas naranjas. Su abundancia tiene un componente numérico: nuestros ojos saltan de una pelotica a la siguiente, como si contempláramos incontables piezas de oro regadas sobre la tierra húmeda. Pero el aura lujosa que emanan es independiente a la idea de abundancia numérica; cuando a veces un personaje sostiene tan sólo una de estas frutas en su mano, y habla, la pela, le sonríe, la mira con melancolía, o simplemente guarda un silencio críptico, habitamos, en nuestros ojos, y en lo que pueden imaginar nuestras narices y nuestras bocas, la experiencia de una riqueza sin medida. Se nos transmiten así, es cierto, una polisemia y una ética.

CAMILO FALLA
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