La casa, un espacio de resguardo y coexistencia, con roles adquiridos y no siempre deseados, con restricciones impuestas por vía del amor, la dependencia, la consanguinidad y muchas veces la crudeza del devenir, es el escenario principal que Dora transita con una sinceridad desconcertante. Este personaje y la minuciosidad de la mirada con que es presentado hacen de Partes de una casa, la ópera prima de David Correa Franco, una película capaz de horadar en lo más profundo de la piel, mientras deja ver los matices de una realidad difícil de eludir y atravesada por el deseo de partir. Tras años de batallar con la idea de la no-correspondencia de cariño y de tomar la determinación de emprender una vida separada del padre de sus hijas, Dora enfrenta una encrucijada entre el deber ser como pareja y como madre, y la búsqueda de la felicidad, asumiendo el cuidado de su compañero con paciencia, afecto y con una capacidad impresionante de atenuar la adversidad con su inquebrantable simpatía. La intimidad no parece diferenciar las partes de esta casa y se ve completamente desdibujada: las conversaciones atraviesan las paredes, la presencia de todos es constante sea dentro o fuera de cuadro. La cámara tiene la habilidad de moverse en medio de una familia que dejó de advertir su presencia, con la precisión y sensibilidad que permite el redescubrimiento de la belleza inmersa en esta particular cotidianidad. La Bestia, el tren que atraviesa la puerta de la casa de la familia, es otra entidad permanente que revela el fenómeno de los migrantes que buscan oportunidades más allá de la frontera, pero que también funciona como un espejo para Dora, que no abandona la esperanza de emprender un nuevo camino y alcanzar la posibilidad lejana del amor. Partes de una casa retrata en esencia a una mujer que se construyó poniendo su dolor en segundo plano, entendiendo y cuestionando constantemente las implicaciones de esta decisión; también poetiza sobre sus personajes a través de la observación: alcanza a comprender en detalles, como la música que escuchan, los pequeños gestos y la reincidencia en sus propios relatos.