1982
110′ Min
Colombia
Español
Marta Rodríguez y Jorge Silva
Marta Rodríguez y Jorge Silva
Diego Vélez y los indígenas Gurrate y Julián Avirama
Marta Rodríguez y Jorge López
Jorge Silva
Marta Rodríguez, Jorge Silva y Caita Villalon
Ignacio Jiménez, Eduardo Burgos, Nora Drukovka
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Sábado 3 de septiembre | 7:00 p.m. | Casa Talpa | Girardota |
Sábado 3 de septiembre | 6:00 p.m. | Parque Cultural y Ambiental Otraparte | Envigado |
Marta Rodríguez (Bogotá, 1933) Licenciada en ciencias sociales, antropóloga y cineasta. Desde 1960 se desempeña como realizadora independiente de documentales y desde 1965 es la directora de la Fundación Cine Documental/Investigación Social. Ha sido merecedora de innumerables premios en festivales nacionales e internacionales de cine. El Ministerio de Cultura de Colombia le otorgó el premio Toda una Vida Dedicada al Cine por ser una de las pioneras del cine documental en Colombia y en América Latina.
Jorge Silva (Girardot, 1941-1987) Fotógrafo y cineasta autodidacta, atribuía su formación a la concurrencia a los cine clubes. Su primer documental, titulado Días de papel (1965), fue una codirección con Enrique Forero. Inicia su trabajo con la realizadora y antropóloga Marta Rodríguez a partir de 1966. Con ella dirige Chircales (1967-1972), el cual es considerado un clásico del Nuevo Cine de América Latina.
Nuestra voz de tierra, memoria y futuro es un ensayo poético que documenta la lucha indígena por la recuperación de sus tierras. Compuesta por mitos, fantasmas, ideología y poesía, esta película nace de la experiencia del trabajo comprometido a lo largo de cinco años en colaboración con la Comunidad Indígena de Coconuco y el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca). Según Silva, era crucial integrar el pensamiento mágico en el discurso fílmico. «Desde ese universo estaban representando las formas de dominación como símbolos, símbolos desde la conquista hasta hoy y nos daba la posibilidad de ilustrar cómo es de complejo y de largo el proceso por el cual un grupo pasa de la sumisión a la organización»
La mirada centralizada de un público centralizado no encuentra quebradura. ¿Cómo se redirige la mirada hacia los márgenes de la sociedad? ¿Hacia lo negado, lo excluido, lo fundamental? No puede ser hablando por el subalterno, simulando su voz. Es él mismo el único que puede dislocar la mirada del que quiera mirar. Pero no se puede esperar que la sensibilidad de aquel que ha crecido en los umbrales exteriores de lo oficial y familiar sea igual a la del viejo público. El lenguaje directo, representacional, del dogma diegético se supera en formas sorprendentes e inesperadas, pero no por ello meramente entretenidas. Lo mágico en la autocomprensión es también el conjuro del horror histórico. La distorsión simbólica y la invención es la cura contra una historia sin matices, frente a la autoridad de una espumosa idea de lo público. Este es un trabajo colectivo que surge de la técnica puesta al servicio de la voz ahogada del plebeyo. Filmada a lo largo de cinco años en cooperación y coautoría con la Comunidad Indígena de Coconuco y el Consejo Regional Indígena del Cauca, este trabajo se afirma como un intento de romper con el hermetismo centrípeto y devorador de la cultura colombiana. Documenta y recrea narrativamente lo documentado a través de la puesta en escena de la fantasía de la sociedad epidérmica. La historia de la organización social indígena se matiza con las pesadillas feroces que atormentan a la memoria de tal periplo. La tierra es el eje que aglutina las dimensiones del tiempo y el punto de referencia de todos los espectros diabólicos que acechan la paz comunitaria (como el que se representa por medio de la icónica máscara de Pedro Alcántara). Este documental al que no le pasan los años es una construcción narrativa que se establece como grito rebelde contra la mano violenta que busca privatizar la noción misma de lo público.
Valle de Aburrá, Antioquia