2022
105′ Min
Chile
Español
Francés
Mapuzugun
Ignacio Agüero
Tehani Staiger
Viviana Erpel
Amalric de Pontcharra
Elisa Sepulveda Ruddoff
Ignacio Agüero
Alexis Maspreuve
Ignacio Agüero
Ignacio Agüero
Gustave Verniory
David Bravo
Claudio Aguilar
Jacques Comets
Ignacio Agüero
Carlo Sánchez
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Domingo 8 de septiembre | 6:00 p.m. | Teatro Otraparte | Envigado |
Miércoles 11 de septiembre | 4:30 p.m. | Cinemas Procinal Las Américas | Medellín |
Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.
Para la construcción de una vía férrea que va a cruzar la región de la Araucanía, el ingeniero belga Gustave Verniory llega al sur de Chile en 1889. Allí descubrirá una naturaleza fascinante, una sociedad en construcción y un pueblo, los Mapuches. Su diario es el punto de partida. Desde los textos del diario se dibuja un espacio cinematográfico que juega con los tiempos, en una deriva que se desliza entre el paisaje humano y la geografía, creando un universo desde el cual se puede mirar a la vez la Araucanía y la experiencia de vivir en este mundo. Es sobre todo el juego de hacer una película para aproximarse al mundo y al propio cine.
Un hombre camina por el bosque tupido. Sueña con el presente y con el mar. Escucha voces en una lengua que quizás no conoce y, sobre todo, lee en voz alta el diario que escribió hace ciento veinticinco años. Este hombre es al mismo tiempo un actor, él mismo (Alexis Maspreuve) y Gustave Verniory, ingeniero belga enviado a Chile responsable de la instalación de vías ferroviarias en la mitad de la Araucanía –modificando, inevitablemente, esa cualidad tupida del bosque en el que anda–. Es entonces al mismo tiempo el siglo XIX –la terminación del monte ferroviario fue en 1892– y el siglo XXI. A su lado, Ignacio Agüero, que le pide repetir cierto diálogo, mejorar un gesto, o retrasar una llegada al punto justo donde la cámara lo captura completo, dirige una película. La película que dirige Agüero es sobre muchas cosas. Trabaja sobre la perplejidad de conocer o dar con archivos nacionales. También sobre la memoria que el cine da a la Historia. También sobre la palabra y sobre varios idiomas. Andariego y vagabundo, este cine mira hacia la Araucanía a través, primero, del diario “Diez años en la Araucanía”, del propio Verniory. La última vez que se publicó este diario, el escritor chileno Jorge Teillier escribió un prólogo para acompañarlo. Aventuro a decir que aquel prólogo es la primera nota que la película encara: “Y aunque se diga que el pasado no se puede reconstituir, de pronto en un tiempo se encuentran todos los tiempos y a mi lado siento la presencia de Gustave Verniory, como si hablara con él en una mañana de aperitivos primaverales de hace ochenta años en la Casa Francesa; tan vivo surge de su diario de vida llevado durante una década, en donde además emerge palpitante en cuerpo y alma la Frontera, región de la cual es fundador con la acción y la palabra” (después, la película se parecerá a otro libro, a Balún Canán, de Rosario Castellanos). Los tiempos –y las lenguas– se mezclan porque Agüero tiene la certeza de que la Historia se repite, o, mejor dicho, entiende que la historia se construye con ecos. También, que se escribe con la insospechada meticulosidad que requiere el poner una imagen después de la otra. Así, Notas para una película está construida tanto sobre la introspección plástica de las imágenes, sobre los descubrimientos personales que aquel misterioso belga hizo de Chile (hoy tan insistentes en sorprendernos y decirnos algo), como sobre el paisaje, sobre el palimpsesto de la Historia (las señales que escribe el pasado y que el presente nos obliga a leer) y, además, sobre las ausencias que deja aquel diario de una década y Agüero no puede ya nunca ignorar. En Notas para una película, una “sola” película, están todos los Agüeros y esta película es grande, entre cosas, porque siempre afina el riesgo de su propio desborde.
Valle de Aburrá, Antioquia