2022
78′ Min
Francia
Arameo
Damien Manivel
Martin Bertier y Damien Manivel
Elsa Wolliaston, Aimie Lombard, Olga Mouak y Saphir Shraga
Damien Manivel y Julien Dieudonné
Mathieu Gaudet
Damien Manivel
Jérôme Petit y Agathe Poche
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Domingo 4 de septiembre | 7:10 p.m. | Cinemas Procinal Las Américas | Medellín |
Jueves 8 de septiembre | 8:00 p.m. | Parque Cultural y Ambiental Otraparte | Envigado |
Damien Manivel (Brest, 1981) Antes de ser cineasta, inició su carrera artística como bailarín. Después de estudiar en Le Fresnoy, ha dirigido múltiples cortometrajes. Sobresale La dame au chien (2010), que ganó el premio Jean Vigo. También dentro de su filmografía sobresalen los largometrajes Le parc (2016) y Les enfants d’Isidora (2019).
Desde la muerte de Jesús, María Magdalena se ha retirado del mundo. Su cabello se ha vuelto blanco, come bayas, bebe agua de lluvia y duerme entre los árboles. Sola en el corazón del bosque recuerda a su amor perdido. Ella busca una manera de encontrarlo.
La nueva película del bailarín y director de cine francés Damien Manivel es una revelación acogedora. El acróbata que estudió cine en Le Fresnoy, un habitual de Locarno, dirige a la experimentada coreógrafa jamaiquina Elsa Wolliaston en Magdala, estrenada en la sección paralela más independiente de Cannes (ACID). La película nos muestra a una anciana María Magdalena que vaga entre cipreses y coníferas, recolectando bayas y dormitando cerca de cristalinos arroyos. Manivel resignifica el espacio sagrado más allá de las escrituras, a través de la cosmización del territorio como tránsito hacía la consagración; en ese sentido, las imágenes sagradas del joven realizador francés están más hermanadas con los fondos de un fresco de Fran Angelico que con lo figurativo de un De La Tour. Wolliaston es el símbolo del suspenso entre el cielo y la tierra, en su caminar lastrado se funde lo divino con lo terrenal, una tradición rica en formas desde el Agustín de Hipona de Rossellini hasta el Hors Satan de Dumont, un cine que hace del reencantamiento de los pasos una liturgia de la palabra o una confesión. La Magdalena de Manivel, como el burro Baltasar de Bresson, no se separarán ya nunca de nosotros, su presencia y ausencia se asemejan a tesoros incandescentes que centellean la imaginación y llenan el alma de fragancias desconocidas. Un cine tan alejado de nosotros como el cielo mismo pero prolongado indefinidamente sobre nuestros tejados oculares. Cada secuencia de esta coreografía audiovisual/teológica nos hace pensar en las palabras de Cioran: “Quise vivir y he vivido, aunque presentí que no tenía forzosamente que ser. ¿Cómo vivir en los instantes si el nacimiento me condenó a ser verdugo del tiempo? Amé y me he amado. ¿Pero los amores nacieron muriéndose?” Porque en Magdala el rumor del Cristo redentor amante se presenta como experiencia mística del espacio y el tiempo, acaso una ensoñación carnal cósmica. Damien Manivel ha hecho una película que haría conmover al mismo Nikos Kazantzakis, si al menos pudiera verla sería testigo de su María Magdalena de ébano con ojos de cristal que resonará a partir de ahora como uno de los milagros vivientes más hermosos que uno pueda presenciar en una sala de cine.
Valle de Aburrá, Antioquia