En ocasiones, el impacto de una obra llega inmediatamente, sin aviso, con un plano, con una línea o una pieza musical, con una interpretación. En otras, contadas veces, el impacto se construye a medida que se ve la totalidad del metraje; segundo a segundo vas sumando a la maravilla, deleitado y curioso, como un niño que descubre el mundo y las cosas nuevas dentro de él. Let the Summer Never Come Again (2017) logra —teniendo tras de sí una tradición cinematográfica extensa— una exploración novedosa de representación en la pantalla grande. Su fotografía, grabada con la cámara de un celular de baja calidad, pixelada, burda y cercada hasta un formato cuadriculado, nos introduce a la realidad de Tbilisi: una realidad primaria. Se priva voluntariamente de detalle y arabescos, y entrega la esencia misma de la ciudad, las personas, las dinámicas y los paisajes georgianos. Una abstracción hipnótica y absorbente. Utiliza las herramientas poéticas de forma inusual: subtítulos y carteles, como de cine mudo, narrador extradiegético omnipresente que nos presenta poco a poco la historia; nada de inflexiones en la voz. Nos guía la historia de nuestro protagonista, una voz, ominosa, calmada, neutra, objetiva y despersonalizada. Trazando poco a poco un retrato de Tbilisi, de las relaciones amorosas, de la guerra y la sociedad. Un metraje contemplativo, pausado y certero. A lo largo de sus 3 horas y veinte minutos, asistimos a una especie de documental costumbrista mediado por una historia trágica. Permítanse darle una oportunidad a este cine exploratorio de los límites del lenguaje audiovisual.

Un cine de ideas e imágenes fuera de lo común. Dense la oportunidad de vivir una experiencia inmersiva de largo aliento. Quizás puedan responder por qué a veces una fotografía tradicional, de pantalla completa, en alta definición, aparece en escenas contadas con los dedos, hace presencia descolocando e invitando al espectador a ser participante de la experiencia estética. Un actor activo dentro de la sala. En definitiva, el cine de Alexandre Koberidze, junto con su más reciente largometraje What Do We See When We Look at the Sky? (2021), es un intento de escapar de lo tradicional y de estirar el lenguaje cinematográfico a nuevos horizontes. De vislumbrar cómo se filtra la realidad de Georgia —abstraída— a través de un marco cuadrilátero. Para retinas entrenadas o usuarias de gotitas hidratantes, y para ansias de nuevas experiencias en la pantalla grande, una película imperdible.