2016
93′ Min
Canadá
Francés
Olivier Godin
Laurent Allaire
Olivier Godin
Renaud Després-Larose
Michael Yaroshevsky
Michel Faubert
Étienne Pilon
Ève Duranceau
Jennyfer Desbiens
Adam Kinner
Daniel Canty
Olivier Godin
Renaud Després-Larose
Théodore Goodwin
Ana Tapia Rousiouk
Stéphane Calce
| Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
|---|---|---|
| Sábado 13 de septiembre | 7:00 p.m. | Centro Colombo Americano - Sede centro - Sala 2 | Medellín |
| Jueves 18 de septeimbre | 7:30 p.m. | Centro Colombo Americano - Sede centro - Sala 2 | Medellín |
Olivier Godin es director de cine. Ha dirigido numerosos cortometrajes y largometrajes. Estudió cine en la Universidad Ahuntsic (en Montreal) y en la Universidad Concordia. También es crítico de cine y colabora periódicamente con la revista “Hors Champ”. En 2014, se presentó una primera retrospectiva de su obra en la Cinémathèque Québécoise. Trabajando con medios modestos y con un espíritu decididamente artesanal, busca lo poético en lo banal, lo épico en lo obsceno, lo romántico en lo ridículo. Milagrosamente, a veces recibe premios y becas. Varios de sus cortometrajes han recibido galardones en el Festival du Nouveau Cinéma y el Premio CALQ. Gracias a presupuestos reducidos y a su compromiso con la narrativa y la cinematografía artesanal, en estas películas encontramos cuchillos y espadas, ocasionalmente alguna pistola, saxofones y trompetas. En resumen, ¡aventuras! Muy atento a los registros del color y la luz, como si el propósito de cada nueva película fuera abrir por dentro un color, el carácter de su cine se concentra, por intensidad y acumulación, en una vertiginosa devoción por las palabras. La agilidad que presenta es tanto lumínica como verbal. Con una especial erudición hacia el cine que trabaja con precisión y cariño la palabra, lo artesanal, lo que es fuertemente insólito y por eso mismo gracioso, cruel o dramático, Godin trabaja sobre una región de tradición precisa. Vemos, y es un placer enorme hacerlo, que ha aprendido a hacer cine viendo cine, concentrado en la materia de otros cineastas. Su mundo, original y desabrochado de cualquier restricción, donde es inútil discernir entre la máscara y la carne, la trascendencia y lo profano, consiste en saber dejarse ir y en sentir con la máxima de las dedicaciones.

Koroviev es un muy peculiar policía cuyo principal oficio es enseñar poesía a los miembros de una brigada formada por poetas policiales o policías poetas. Él busca una preciosa y legendaria vieja Biblia anotada por Pierre Maheu, el capitán del Saint-Élias, un barco célebre y proverbial. Su búsqueda lo lleva a hacerse amigo de un joven bandido que le presenta a una misteriosa mujer llamada Coriander.


La sutileza de la subversión y la reinterpretación envuelve a Les arts de la parole. Desde su protagonista, una combinación del policía lacónico, rudo y tosco, se desborda un personaje más complejo atravesado por la belleza y la profundidad de las palabras. Esta es, en términos generales, una película policiaca, en la que el investigador, Koroviev, es un profesor de poesía que había decidido entrenar a los cadetes en el arte de la palabra que es a su vez canto. Acompañado en su cruzada poética estaba su compañero Margerie, un hombre que vive aislado en una habitación y se dedica a llamar en las noches a distintos números para cantarles. Con estos dos personajes en el panorama es fácil prever cómo el escenario tradicional de la narrativa policiaca se empieza a derretir y a diluir. La película comienza con un cadáver, hay un posible culpable, hay una mujer, Coriander, que funge el papel del deseo sexual y amoroso del protagonista, pero que, como una adivina, posee un conocimiento hermético de aquello que Koroviev persigue. La sangre, las pistas, las armas, los muertos, son elementos en segundo plano o totalmente ausentes. Con mucha velocidad estrepitosa, la historia que comenzó con la muerte termina en una cruzada de corte medieval: la búsqueda de una biblia anotada por un autor antiguo. Así como la historia se diluye, así se disuelve la imagen durante la película. El montaje está hecho de capas de simultaneidad donde vemos el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo. Los fundidos fijan en los paisajes los cuerpos que se resisten a desaparecer con el paso del tiempo; las palabras emitidas pierden su emisor, se perciben como comentarios de rostros mezclados, de las plantas, de habitaciones. Gracias a este uso del montaje todo en la película participa de la capacidad de habla, de las palabras. Éstas son usadas con riqueza poética, desbordadas de arcaísmos y belleza, así como de humor. Sólo ceden y callan un poco con la llegada del jazz, elemento muy común del cine policiaco. Cuando la música entra, el discurso pasa a un segundo plano. Incluso Koroviev, viendo a su hijo tocar el saxofón, calla a la persona que lo acompaña como signo de respeto a algo que parece estar por encima del arte de la palabra. Adentrarse en el mundo poético de Godin es aceptar la invitación al espacio de lo plausible. Comparte formas con el sueño, pero no hace del mundo un espacio idílico o soñado. Por el contrario, sus películas se presentan como puestas en escena de la ironía del mundo, de escenarios que no son imposibles y que están dispuestos para señalar, en la realidad y gracias a la ficción, elementos que yacen durmientes a nuestros ojos tan acostumbrados al mundo cotidiano.
Valle de Aburrá, Antioquia