En La laguna del soldado, Pablo Álvarez-Mesa recorre con su cámara el páramo que, décadas antes, atravesó Simón Bolívar en su campaña libertadora. La película empieza con el plano general de una montaña. Estática, durante casi siete minutos, la elevación, que se presume hace parte de la imponente cordillera de los Andes, solo cambia por la niebla que la atraviesa. A la introducción de la película la completa la voz de Camilo Restrepo que evoca la figura de Bolívar. Recita, con cuidado, su delirio sobre el monte Chimborazo. El texto de Bolívar se conjuga con la niebla de la montaña. Sin darnos cuenta somos testigos de la invocación de un fantasma olvidado; nos volvemos espectadores de las lesiones sobre la tierra que resarce el espectro del libertador. Álvarez Mesa, para ver la herida, superpone imágenes y sonidos, y corporiza lo fantasmagórico para narrar los dolores coloniales que emergen de lo baldío. Desde la exhumación de cuerpos en tumbas sagradas por la búsqueda de oro, al presente teñido de violencias heredadas de los residuos coloniales, la película hace una oniromancia del salvajismo sobre la tierra. La laguna del soldado mira las heridas y hace un esfuerzo por escuchar los gritos ahogados por la montaña.