1978
4′ Min
Chile
Español
Ignacio Agüero
Ignacio Agüero
Ignacio Agüero
Ignacio Agüero
Ignacio Agüero
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Viernes 13 de septiembre | 5:00 p.m. | Teatro Caribe | Itagüí |
Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.
Esta película se proyecta con:
La mamá de mi abuela le contó a mi abuela, de Ignacio Agüero
Es jueves, día de asistir al cine en Chile. Las familias ven en los periódicos y anuncios las películas que se proyectarán. Todo está preparado. Un hombre asiste a una función y, sentado en el público, se emociona al ver sus imágenes y actores favoritos en la gran pantalla. La película termina y la pantalla se apaga. Es hora de volver a la realidad.
Agüero es hoy un cineasta extraño. Mirando hacia atrás, su cine nació con el cine de otros, con otras películas y con el deseo de perseguir los ojos que veían hacia otras imágenes. Su augurio pactado en el nacimiento es lo que hoy resulta factor de extrañeza y singularidad densa. Los cineastas han dejado de nacer del cine. Obviamente hay excepciones. El ejemplo de Agüero es fructífero y delicado. Figura importante y espíritu muchas veces venerado, quizás se trate de uno de los pocos firmes protectores de una dinastía, incluso hoy, todavía importante. Por otra parte, resulta impensable que el cine de Agüero tuviera otro nacimiento distinto a este que la película en cuestión nos deja ver: el alumbramiento que acontece en cada apertura de una sala de cine. En sus películas es la sala de cine lo que, de alguna forma, siempre está registrando. Las distintas operaciones anímicas que sacuden a un espectador y los distintos deseos que aparecen al descubrir noticias de mundos impensables –cerca o lejos, poco importa, el cine siempre hace ver todo más grande, más asombroso, también más doloroso, más necesitado de defensas contra el olvido–, son estas cosas las que hacen de motor para un cine minuciosamente obsesionado con lo que, en el registro de sí mismo, puede descubrir y ampliar de su propia forma y de sus propios alcances. Esta película de Agüero, cortísima y rápida, sobre rituales, preparaciones y minucias de antelaciones, deja ver las dos obsesiones de todo el cine que haría después. La primera tiene que ver con sentarse en primera fila para ver las películas. Es en ese lugar del cine donde todo se ve gigante, más próximo y más inmediato. La actitud de las imágenes de Agüero seguirá siendo esa: incluso lejos, la excelencia de un plano está en su contundencia respecto a la proximidad, el detalle y la atención. La segunda obsesión tiene que ver con el momento de la proyección, esa primerísima forma del montaje cinematográfico. En otros tiempos, el proyeccionista era el verdadero montajista de todas las películas. Quien decide el orden decide el sentimiento y las esquinas de cualquier idea. Eso lo aprendió Agüero en este cine que filma. Una cosa importante de la película es que no importa cuántas veces o qué tan cerca Agüero –o cualquier otro– filme una pantalla, el protocolario encendido del proyector, las manos de quien vende las boletas de ingreso, la sonrisa de quien finalmente escoge qué ver, no importa nada de esos accesos más o menos secretos: el misterio del cine se mantendrá esquivo y profundo, siempre caminando con sigilo hacia lo insondable. Acá, Ignacio Agüero trata con seriedad un tema muy serio: por ser el día de los estrenos cinematográficos, el jueves es el día más importante y emocionante de la semana.
Valle de Aburrá, Antioquia