Indecisión, confusión, tartamudeo, timidez torpe, resignación moderada, cansancio, crisis sentimental, hostilidad neutra. Todo eso está en Friends and Strangers, ópera prima de James Vaughan obsesionada con la precisión y el naturalismo. Hay una atención desmedida, que configura las esquinas de la película, por la dicción juvenil, por el laberinto que cruzan sus personajes para encontrar la palabra justa, por las gafas de sol, los relojes en las muñecas y el verano, por el sol australiano que pega fuerte (y, como se sabe, nadie es el mismo cuando hace calor). El cuerpo del joven protagonista, ansioso y pasmado, muchas veces de cabeza pesada y brazos líquidos, hila lo que podría ser también tres diferentes películas sobre los mismos temas: los grandes terremotos de una etapa muy precisa asociada al fin de una cosa (la juventud) y al comienzo de otra cosa (la adultez), y también a la perversa alegría que un encuentro o desencuentro con otro genera. Vemos un paseo fuera del centro urbano, vemos un día en la ciudad que avanza hacia una extraña oportunidad laboral y, finalmente, la película cierra con una larga entrevista laboral que es también una narración de encierro, horror, ansiedad y muchísima confusión. La condición que impone el título a toda la película no decae pues siempre estamos ante rasgos espirituales que no sabemos muy bien si corresponden a amigos o a desconocidos.