1993
110′ Min
Bélgica
Francia
Sin diálogos
Chantal Akerman
Helena Van Dantzig
Marilyn Watelet
Chantal Akerman
Raymond Fromont
Pierre Mertens
Thomas Gauder
Pierre Mertens
Thomas Gauder
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Lunes 9 de septiembre | 7:00 p.m. | Teatro Caribe | Itagüí |
Cineasta fundamental en la Historia del cine. Nacida en Bruselas, Bélgica, en el año de 1950, miembro de una familia judía practicante procedente de Polonia, la vida de Chantal es, en cierta medida, producto del drama de la guerra. Posteriormente, en 1972, decidió emigrar a Estados Unidos, donde residió por un largo tiempo en Nueva York, ciudad en la que descubrió la obra de Andy Warhol, Jonas Mekas y Michael Snow, hecho que la marcó profundamente puesto que prefirió suprimir el impulso descriptivo y ofrecer, en cambio, una reestructuración hiperrealista de las apariencias; se trata del nacimiento de un estilo que habrá de trazar el camino autoral de Akerman. La obra de esta cineasta belga se articula en torno a la biografía, la mirada atenta a las condiciones de vida de las mujeres, la memoria personal e histórica de los traumas del siglo XX y el desarraigo que implica hacer un cine a contracorriente.
Tras la demolición del Muro de Berlín, Chantal Akerman captura la realidad y la mutación de los antiguos territorios soviéticos, filmados desde el verano hasta el invierno en una serie de movimientos rigurosos o con una cámara estática. Desde Alemania Oriental hasta Moscú, pasando por Polonia, Lituania y Ucrania, la película registra los cuerpos y los rostros de las masas anónimas y con expresiones ilegibles, ya sea caminando o simplemente esperando quién sabe qué. Filma edificios, paisajes, nieve, la noche. Ofrece una gran cantidad de impresiones visuales y auditivas que constituyen un poema impresionista y fascinante.
Entre las películas que Marta Hincapié nos propuso para poner en diálogo su último largometraje, Bajo una lluvia ajena, estaba D’est, un largometraje filmado pocos años después de la caída del muro de Berlín. Ambas pueden ser pensadas bajo un mismo tema: el desarraigo y la adaptación. ¿Qué se hace con el territorio en el que actualmente se vive? ¿Cuál es su relación con la identidad personal? A Hincapié le interesa un trabajo de introspección, revisar el archivo que filmó cuando seguía los pasos inciertos de un continente que de manera difusa había conocido a través de anécdotas y postales, para luego encontrarse con el relato de migrantes que, con la llegada del audiovisual, anhelan enviar mensajes a sus familiares; cartas imposibles, que por primera vez se abrían a una dimensión visual que incluía el movimiento, algo que antes no creían posible. En el caso de Akerman el camino que toma ella parte desde la observación y el silencio. La cámara, durante casi toda la película, se desplaza horizontalmente de izquierda a derecha. Da la sensación que viajamos en un carro o en un bus y recorremos un cuadro vivo. En sus imágenes abundan el frío, la multitud y las filas, así como las carreteras y las fachadas de los edificios. Todo el mundo espera y, aunque la cámara esté en constante movimiento, la sensación de incertidumbre se contagia. Mientras que en Hincapié la voz de los migrantes, así como el relato de Ousman Umar sobre el Otro, sobre las tierras ignotas, domina el plano sonoro, Akerman decide dejar que los sonidos de la ciudad llenen sus paisajes sonoros. Las voces son pocas y todas se sienten como rumores; se capturan al vuelo entre dos transeúntes que comparten opiniones sobre el día a día. La cotidianidad es el centro de esta experiencia y en los rostros de las personas no es posible descifrar las emociones. Hay algunos momentos de una intimidad profunda que irrumpen en el desplazamiento lejano y silencio para convertirse en retratos personales. En las casas vemos mujeres, jóvenes y niñas, todas contenidas y cobijadas en un encuadre cerrado, que las abraza en su silencio y en su comodidad. Preparar un sándwich se presenta como un ritual del cuidado y cariño, así como pintarse las uñas o tocar el piano. A pesar de estos espacios privados, lo que domina en esta película es el paisaje. En palabras de la directora, esta es una película que registra el paisaje “en plena mutación”, que se enfrenta al momento histórico y político y que es posible percibir desde los detalles. En las prácticas del hogar, en la manera en que los cuerpos esperan en la fila, en los gestos y muecas que hacen ante la cámara están los pliegues y las huellas que ha dejado el paso de este acontecimiento histórico. Dice Akerman en un texto que escribía mientras hacía esta película que durante el rodaje se anunciaba la llegada de medicamentos, comprados “de los capitalistas”. Estos eran escasos y las personas formaban largas filas para poder reclamar algo. Muchos reían, hablaban de la crisis, y de la ciudad, pero también de estar “a punto de perder su alma y su rostro”. Ella, por su parte, no se atrevía a pensar en qué es un alma ni a indagar sobre aquello en su película. Sin embargo, encontraba que el camino estaba escrito en el cuerpo, “en los rostros, que quiero filmar”. No importa el anonimato, sino los atisbos de emociones e ideas que es posible leer en los gestos faciales, fugaces, que desaparecen al lento ritmo de un carro que se desplaza, de una cámara que siempre se está despidiendo de su objetivo.
Valle de Aburrá, Antioquia