2016
86′ Min
Chile
Español
Ignacio Agüero
Viviana Erpel
Tehani Staiger
Amalric de Pontcharra
Pablo Larraín
José Luis Torres Leiva
Christopher Murray
Niles Atallah
Marialy Rivas
Alicia Vega
Cristián Jiménez
Alicia Scherson
Andrés Racz, Sophie França
Gabriel Díaz
David Bravo
Ignacio Agüero
Arnaldo Rodríguez
Sophie França
Freddy González
Mario Díaz
Andrea López
Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
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Viernes 6 de septiembre | 5:30 p.m. | Auditorio Biblioteca Juan Carlos Montoya | Sabaneta |
Miércoles 11 de septiembre | 8:30 p.m. | Centro Colombo Americano | Sala 1 | Medellín |
Ignacio Agüero nació en Santiago de Chile en 1952. Estudió arquitectura y también cine. Muchas veces se reconoce en sus películas la importancia de los espacios debido a esa formación. Realizó su primera película, No olvidar, de forma semiclandestina, sobre una matanza de campesinos por la policía de Pinochet. Después vinieron los documentales Como me da la gana (1985), una especie de encuesta a pie de rodaje sobre por qué y para qué hacemos películas con sus compañeros cineastas chilenos, y Cien niños esperando un tren (1988) sobre cómo transmitir la magia del cine a los niños de la mano de las clases de la profesora Alicia Vega. Hasta la fecha ha dirigido diez largometrajes. También ha sido presidente de la Asociación de documentalistas de Chile; jurado en festivales internacionales; productor y director de telefilms, actor secundario de numerosas películas chilenas y actor principal en dos films de Raúl Ruiz. Es profesor de cine en la Universidad de Chile. Agüero se refiere al desarrollo de sus películas así: “Para mí es fundamental trabajar siempre con la pregunta: ¿qué es el cine? Antes de rodar, durante el rodaje y durante el montaje. Esta actitud hace que en la creación de una obra todas las posibilidades estén abiertas y todas las formas del lenguaje estén en cuestión. Creo que cada vez existe menos un lenguaje dado, sino que éste se reinventa cada vez, sobre la base de la tradición, que ya es una tradición de rupturas. Lo que hace el cineasta es desplegar su propio modo de acercarse a esa pregunta”.
Treinta años después de Como me da la gana, Ignacio Agüero vuelve a invitarse a la filmación de algunas películas chilenas. Los tiempos y las preguntas han cambiado. Ya no se trata de preguntar a los cineastas por qué hacen películas, sino qué hay de cinematográfico en sus películas. Al insertar archivos personales registrados a lo largo de su vida, Agüero profundiza la cuestión y aumenta el misterio de la esencia del cine.
Treinta años después de filmar Como me da la gana (1985), Ignacio Agüero vuelve a su dispositivo de aparecer durante los rodajes de diferentes películas chilenas, esta vez para preguntar por la naturaleza de lo cinematográfico en las búsquedas de los distintos cineastas que va entrevistando. La pregunta se vuelve forma, ya que la película de Agüero combina los ejercicios de visitar los rodajes de sus colegas con imágenes de sus películas, algunas inéditas de su archivo personal; todo se va hilando como una ensoñación teñida de riesgo poético donde en un fragmento lejano Agüero entrevista a un campesino hermético de la región del Chiloé y se yuxtapone a las imágenes que filmó el cineasta durante un viaje a Rusia o a los rodajes de cineastas tan dispares en sus métodos como Pablo Larraín, Niles Atallah o José Luis Torres Leiva. Constantemente Agüero pregunta por lo cinematográfico, siempre con ese don suyo de formular con las palabras concretas y precisas el esbozo de la punta de un gran iceberg del inconsciente enfebrecido que nos persigue a la hora de encender una cámara, delimitar un encuadre o dirigir un actor. Precisamente ese carácter incisivo y profundamente poético de las interrogaciones de Agüero hacen que su presencia por los rodajes multitudinarios, entre equipo técnico y máquinas, lo hagan ver como un anacronismo latente, un pensador de la antigua Grecia que, pasando por un costado de la gran maquinaria ampulosa de la construcción de sentidos audiovisuales, sirve de timonel para cuestionar y profundizar en el verdadero sentido que tiene el cine para los hacedores de imágenes. Agüero no impone la respuesta a modo de koan sino que permite que su película se experimente como el largo silencio después de formulada la cuestión, la respuesta llega cuando las líneas de créditos finales emergen como recipientes de nuestras respuestas frágiles y menguantes.
Valle de Aburrá, Antioquia