2016
82′ Min
Francia
Francés
Ado Arrieta
Eva Chillón
Nathalie Trafford
Niels Schneider
Agathe Bonitzer
Mathieu Amalric
Serge Bozon
Ingrid Caven
Tatiana Verstraeten
Ado Arrieta
Thomas Favel
Ado Arrieta
Alexandre Hecker
| Fecha/Hora | Teatro | Ciudad |
|---|---|---|
| Sábado 13 de septiembre | 2:30 p.m. | Centro Colombo Americano - Sede centro. Sala 1 | Medellín |
Nacido en Madrid, Ado Arrietta realizó su primer cortometraje, Le Crime de la toupie, en 1965, protagonizado por su amigo Xavier Grandes, quien posteriormente aparecería en todas sus películas. Instalado en París, rodó una serie de películas que consolidaron su reputación en la escena underground. Travestis, artistas y ángeles caídos pueblan sus películas. Dirigió Flammes en 1978, donde explora el fetiche y la piromanía inherentes al deseo. Celebrado por Marguerite Duras, sigue siendo un cineasta poco conocido cuyas películas merecen ser redescubiertas.

En el misterioso reino de Letonia, el joven y atractivo príncipe Egon se pasa las noches tocando la batería. Durante el día, su obsesión es colarse en el reino perdido de Kentz y despertar a la Bella Durmiente. Pero su padre, el Rey, quien no cree en los cuentos de hadas, se opone firmemente. Con la ayuda de la arqueóloga de la Unesco, Maggie Jerkins, el príncipe intentará romper el hechizo.
Proyección en colaboración con la Embajada de Francia en Colombia.


Belle Dormant es una oda a la ficción. Entiéndase ficción como el lector lo desee. Pero yo me atrevo a proponer que la ficción es un espacio donde las imágenes dilatan lo conocido y nos llevan a una especie de ensoñación sin pretensiones de por medio. Adolfo Arrieta toma el manoseado cuento de hadas “Sol, Luna y Talía”, y, sin cambiar absolutamente nada de la trama adaptada ya por Disney, se enfoca en los gestos olvidados y en las ruinas que esconden atisbos genuinos de la condición humana. En la película vemos una pequeña parte de la historia del reino de Letonia, una nación que colonizó el reino de Kentz, que se creía abandonado. La realidad es que los habitantes de Kentz quedaron hechizados y se vieron obligados a dormir por cien años. La maestría de la película de Arrieta es que logra estirar el tiempo hasta suspenderlo. Para lograrlo deja claro el contraste temporal al que nos enfrentamos: en la primera escena de la película vemos al príncipe Egon de Letonia tocando la batería y, dos, minutos después, una historia de hadas y magia que sucede cien años antes y se guarda en un bosque que el rey de Letonia, su padre, insiste en dejar olvidado. Somos testigos de las fronteras generacionales: un grupo de personas que insisten en no ver el pasado y otro, la juventud, que desea únicamente sumergirse en algo distinto; en algo que sí pueda significar algo. La historia avanza gracias a los deseos de Egon: ingresar a un mundo alejado de las máscaras sociales que, se supone, debe cumplir. Gracias a su tutor y al hada buena de la historia, que se disfraza de embajadora de la UNESCO, el príncipe de Letonia ingresa a ese bosque fantasmagórico. “Reserva natural. Entrada prohibida”, se lee una vez llega a esa frontera de tiempos. El letrero no es fortuito. “Reserva natural”, reposa en el umbral. Una frase que evoca un espacio virgen, un espacio que se guarda para el futuro porque, quizá, es el pasado el que tiene las respuestas que necesita el porvenir. Al príncipe Egon, o a nosotros, se nos concede esa reserva cuando comprendemos que el presente se embriaga de una sobreexposición de responsabilidades –o más bien imágenes– que nos disipan la vista. Necesitamos volver a ver, de verdad, a sentir. Aquí entra precisamente la ficción. Egon ingresa al bosque. Cada imagen nos lleva al idilio del pasado. Encuentra a la princesa y despierta el reino. Las imágenes sobreviven gracias al mito que se contó de ellas. Arrieta compone la conclusión más bella de la película: los reinos –o más bien nosotros– sobrevivimos gracias a la ficción.
Valle de Aburrá, Antioquia