Como si Green quisiera enseñarnos que el mundo de este mito es el mismo mundo que habitamos en el presente, la secuencia inicial de Atarrabi et Mikelats muestra el recorrido de una ciudad portuaria llena de vida a la profundidad de las montañas del País Vasco. Un camino que va de la vida contemporánea a la ancestralidad del euskera y su íntima relación con el paisaje. El mismo camino que transitarán los personajes en esta actualización de un viejo mito vasco, que narra la historia de dos hermanos criados por un demonio. Al hacer contemporánea la oposición entre la curiosidad vital de Atarrabi y el deseo de poder de Mikelats, Green parece invitarnos a ampliar nuestro horizonte, a reconocer el mundo en su amplitud, a salir de la caverna como Atarrabi. Se trata de un tipo de personaje que Green hará aparecer de diversas maneras en su cine y con el que canaliza una vitalidad juvenil que explora el mundo asumiendo de lleno su presencia en el mundo, transitando sus caminos. La curiosidad de Atarrabi, su deseo de ver, están asociados a una forma de vivir que él encarna, una apertura que le permite estar rotundamente presente, profundamente despierto, atento a las voces de las otras formas de presencia que habitan el mundo y que respiran el mismo aliento que lo constituye. Esa sabia vitalidad es la que Eugène Green hace viva en las palabras e imágenes de su cine.