Contemplar cómo se posa una mosca en una pared blanca mientras suena un tango de fondo, en A., de Ramón Balcells, es hacer un recorrido por una casa inhabitada pero colmada de resonancias y fantasmas donde la memoria se filtra a través del sonido y la luz. El formato casero, las imágenes granuladas y el ambiente silencioso construyen un territorio incierto que evoca ausencias. Una silueta a contraluz avanza lentamente; sus pasos, amplificados por el eco, se acompañan del gesto pausado de subir una persiana, dejando que una luz blanca inunde la habitación. En la pared, la sombra se desvanece ante la luminancia que se abre paso. A lo largo de este recorrido, algo lo impregna todo: la calma, la paciencia de descubrir el lugar, como quien intenta recordar algo que se escapa pero que no desea dejar ir. El recorrido visual se mueve entre habitaciones que parecen deshabitadas y, sin embargo, están llenas de presencias: risas lejanas, voces que no siguen un hilo conductor, pasos que rompen el silencio aparente. ¿Cómo se construye un recuerdo? ¿Por qué permanecen ciertas imágenes? ¿A qué sentidos me anclo para que un recuerdo se conserve? La memoria sorprende con su versatilidad para tomar forma en los diferentes espacios que se despliegan durante la película. A. tiene la intimidad que caracteriza el trabajo con archivo, una mirada genuina cargada de nostalgia, donde entendemos que aquellas imágenes aparentemente planas están colmadas de significado. Un ejercicio de recordación por medio de lo sensorial, que, con poca información, nos hace un recorrido de lo que podría haber sido una vida entera.