Seguro que Bach cerraba la puerta cuando quería trabajar

Seguro que Bach cerraba la puerta cuando quería trabajar

Año:

1979

Duración:

27′ Min

País:

Argentina

Idioma:

Español

Direccción:

Narcisa Hirsch

Horarios

Fecha/HoraTeatroCiudad
Viernes 12 de septiembre | 5:00 p.m.La Capilla del Claustro ComfamaMedellín

Direccción:

Narcisa Hirsch

Pionera del cine experimental argentino, con una larga trayectoria de más de treinta películas en las que figuran largometrajes y cortometrajes abarcando todo tipo de procedimientos de aproximación a lo real, desde el amor, la muerte, el nacimiento, la intimidad y los paisajes sonoros. A partir de los años 60 y los 70 su práctica artística trascendió los soportes de la imagen hacia las instalaciones, objetos, performances, intervenciones espaciales y graffitis. En 2018 recibió el Premio Distinción a la Trayectoria otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina.

Sinopsis

Sinopsis

Narcisa invita a una serie de mujeres, amigas, las filma de frente a la cámara en un primer plano sin sonido alguno, tiempo después les proyecta a las mujeres retratadas sus imágenes silentes, las mujeres le hablan a su propia imagen como ritual y terapia. El ejercicio se realizó tres veces, en 1974, 1979 y en el 2005. Esta es la versión de 1979.

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Esta es la segunda película de una serie de tres. En cada película el procedimiento es el mismo: Narcisa invita a varias mujeres, sus amigas. Las filma con su cámara Súper 8 en plano medio corto. Después les proyecta la película para que ellas le hablen a la proyección de sus rostros silentes. Se origina entonces una plataforma de luz donde la mirada ausente se bifurca con la mirada que contempla y la lengua es conjurada para que la memoria pueda encarnar en voz. Las reglas del dispositivo de la película de Hirsch son sencillas pero el impacto durante el visionado es hondo: por casi media hora somos aquellas mujeres que se recriminan, se dan ánimo, se conduelen o sencillamente se contemplan en cómplice silencio mientras su identidad comienza a desplegarse como un abanico, el sutil y certero gesto capturado se transforma en una laguna translúcida para vislumbrar el ser dentro de sí.  Por un instante, tras el carrusel de estos retratos, quedamos encantados y nos comunicamos con ellas: sus ojos de haluro se vuelven los nuestros y la voz que baila por el encuadra gradualmente se convierta en la nuestra, comenzamos a vivir en sus retratos, somos absorbidos y consumidos por ellas. En la sencillez del gesto está la inmensidad de la conmoción de lo visto. 

 

ANDRÉS MÚNERA PATIÑO

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