Las tierras del cielo

Las tierras del cielo

Año:

2023

Duración:

83′ Min

País:

España

Idioma:

Español

Direccción:

Pablo García Canga

Producción:

Ángel Santos, Pablo García Canga

Elenco principal:

Luis Moreno

Lola Casamayor

Paula Ruiz

Andrés Gertrúdix

Violeta Gil

Carlos Troya

Itziar Manero

Gonzalo Herrero

Fernanda Orazi

Guion:

Pablo García Canga

Direccion de fotografía:

Pablo García Canga

Montaje:

Antonio Trullén Funcia

Pablo García Canga

Sonido:

Ángel Santos

Ana Pozo Rivas

Horarios

Fecha/HoraTeatroCiudad
Miércoles 17 de septiembre | 3:00 p.m.Centro Colombo Americano - Sede centro. Sala 1 Medellín
Viernes 19 de septiembre | 7:00 p.m.Cinemas Procinal Las Américas Medellín

Direccción:

Pablo García Canga

Se diplomó en Dirección de Cine en La Fémis, la escuela nacional francesa de cine. Ha dirigido varios cortometrajes y ha sido guionista de filmes de cineastas como Gonzalo García Pelayo, Santos Díaz o Ángel Santos, entre otros. Paralelamente, trabaja en la programación del Festival Punto de Vista, escribe crítica en revistas como Lumière, Détour, Foco o SoFilm, ha traducido varios libros y ha publicado uno dedicado a Yasujirō Ozu. Ha dirigido, entre otros, los cortometrajes De l’amitié, Por la pista vacía, La nuit d’avant, y el largometraje Las tierras del cielo.

Sinopsis

Sinopsis

Una noche. Una ciudad. Madrid. Cinco conversaciones. Nueve personajes. Cuentan historias personales, cuentan historias inventadas y cuentan, también, una vieja historia que va de conversación en conversación. Es la historia de una vieja película japonesa. La historia de un panadero poeta y una joven que trabaja en una tienda de alimentación…

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Reflexión

Pablo García Canga vive en una zona del cine que exige de sus habitantes habilidades especiales: muchísimo rigor, dominar y saberse feliz con la modestia y la sobriedad, ser propenso a la sorpresa y la fascinación por las cosas bellas y las cosas secretas del mundo, también, es imperativo, saber desarrollar una obra que se hace en paralelo con la escritura y con la cámara: tanto una como la otra serán, pensando constantemente la expresión cinematográfica, un espejo frente a otro (ver una película de García Canga es como leer una de sus críticas). En otras palabras, es una zona del cine que exige de sus habitantes saber elogiar –con invención y secreta novedad– el cine que se ha hecho antes. Es probable que García Canga sea el que mejor da los elogios. Hay algo emocionalmente contagioso en la manera que expresa las razones de sus asombros, de sus admiraciones. Esta zona, como es normal, tiene una relación con el cine tan inseparable, tan fundida la vida con el cine, que los cineastas que allí viven suelen hacer películas dobles y circulares: a la vez, vuelven más y menos cristalino el acto de hacer películas. En García Canga, las cosas son fáciles de ver. Por un lado, la arquitectura de su cine tiene tres grandes pilares: los actores –que hacen avanzar la ficción, son sus gestos los que lideran el tiempo–, los espacios y los objetos que llenan los espacios –son, primero, formas de conocer a los personajes –, y, finalmente, el montaje –cíclico y reconciliador entre ancho y compacto–. Decidida a ponderar todas las posibilidades que puedan existir para filmar una conversación, la película presenta variables notables, convertidas en repeticiones. El teléfono celular hábilmente permite eliminar de cualquier manera un contraplano (y eliminando al oyente y conversador diegético, Ganga nos dice que somos nosotros mismos al otro lado de la línea telefónica). Cuando la conversación es de a dos el reto es extraño: los personajes, uno al lado del otro, acostados en una cama, no se mueven. La conversación también puede ser entre tres y la cámara, huyendo de la repetición, aprovecha para moverse más, entra allí donde es definitivamente una sorpresa. A su vez, fructífera manía, las conversaciones cambian por el tipo de informaciones que se comparte y el rol que se practica en ellas: ¿quién ha visto la película de la que hablan? ¿Quién habla? ¿Quién oye? ¿Quién lanza la idea para desmenuzar? ¿Quién vuelve a contar lo que vio y sintió?   La habilidad de Canga es democrática: filma igual de bien y con idéntica emoción a quien habla y a quien escucha –se ve con delicada evidencia en el tercer capítulo–. Y esto es lo mismo que decir que le va tan bien en el silencio como en las elegantes piruetas del habla. Por otro lado, siendo todo tan concreto, tan sencillo de anotar en un papel, cómo es que las cosas se vuelven tan espiritualmente densas de un momento a otro. ¿Cómo es que todo funciona tan bien? El misterio permanece resguardado, el efecto de presenciar en acción el trabajo de comunicación y persuasión es, en el fondo, el dominio de la ficción. García Canga, realmente obsesionado con el primer plano de sus personajes, erradica cualquier noción que la extrema cercanía puede dar de encierro. En su lugar, pura libertad y embelesamiento emancipador. En materia concreta, sentimental, vital e incluso esotérica, hay una exhaustiva exploración por todo lo que funda un vínculo. Sus propios pensamientos, camaleónicos en las voces de sus personajes, tienen la contundencia y el brillo de un rayo. Sabe que hablar de cosas emocionantes, compartirlas con alguien más, enternece la mirada. La modifica con amplitud deslumbrante (el “toque García Canga” consiste en encandilar con suave aliento la elevación de un par de ojos). Las tierras del cielo es sobre algo inusual y realmente poco filmado: hablar sobre películas. Y hablar de ellas con una dedicación minuciosa y, por ello, feliz. No se trata solamente de diálogos eruditos, se trata de descubrir en las palabras el placer de conversar. Es sobre el cine, pero es sobre algo más importante –y también difícil– que hacer películas. También hay que decir que Canga, detenido y concentrado, filma grandes frases que describen modus operandi críticos. Su cine está enteramente alineado con esa frase inolvidable de Daney que, parafraseando, dice que vamos al cine a estar inmóviles y en silencio por ciertas horas, al salir, para recuperar el tiempo de inmovilidad, hay que hablar de lo visto, lo sentido, lo experimentado. Hablar, pensar, contar, describir: se trabaja entonces sobre las facciones, su control y descontrol. Se trabaja con el finísimo proceso de las entonaciones. Hablando de películas, de lo que hace pensar una película, nadie es capaz de guarecer alguna cosa –la propia soledad, el propio deseo amoroso, la emoción –plomiza o asaz–, la alegría, el miedo, la inquietud, la gratitud–. Es ese detalle el que busca, con denuedo y paciencia palmaria, hacer ver Las tierras del cielo. Un conjuro excepcional: decir la verdad. 

PABLO ROLDÁN

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